Los grandes interrogantes de los siglos XX y XXI

 



El presente libro reúne 11 trabajos de distintos autores coordinados por José Carlos Martín de la Hoz, profesor de Historia de la Iglesia. Dichas cuestiones van desde un estudio sobre el Modernismo (“¿Qué es exactamente el modernismo?”) hasta otro sobre el Islam (“¿Es el Islam una religión de paz?”), pasando por estudios sobre la “Nouvelle Theologie”, el Concilio Vaticano II o el pontificado de Juan Pablo II.


De particular interés me ha parecido el artículo firmado por el profesor Tazella-Nitti bajo el título: “¿Por qué ha sobrevivido el cristianismo?”. Partiendo de una conferencia de Markscheis comienza recordando cómo en los primeros tiempos las principales causas fueron: ““ el ejemplo de vida de los cristianos; la capacidad del cristianismo de hablar tanto a la gente sencilla como a gente culta; su defensa de la dignidad de la persona humana y la coherencia de los creyentes en cuestiones morales; el compromiso de la Iglesia en la promoción del bien social, especialmente con la creación de hospitales y otros centros de asistencia social.”


Ante la fuerte secularización de Occidente, donde “el número de bautismos desde hace más de 50 años ha ido disminuyendo progresivamente y también disminuye año tras año el número de sacerdotes católicos”, parece que la pregunta sería: “¿Sobrevivirá la Iglesia Católica en el futuro?”


La respuesta está basado en San Agustín y en el Card. Newman. “San Agustín nos narra que el Imperio Romano estaba cayendo, pero su caída no arrastraba detrás de sí al cristianismo. El Imperio Romano de Occidente estaba decayendo por su corrupción interna, porque había abandonado la justicia de la ley y la práctica ética de las virtudes, cosas que lo habían sostenido durante cinco siglos. Algunos romanos acusaron a los cristianos, culpándoles de la ruina del imperio por haber abandonado el culto a los dioses que la habían protegido durante tanto tiempo. El Dios de los cristianos, ahora adorado en el Imperio, no salvaba a Roma de sus enemigos. San Agustín responde afirmando que Roma se derrumbaba por la corrupción de sus propias costumbres, mientras que los cristianos mantenían viva la sociedad con sus virtudes.”


“Muchos siglos después, Newman se pregunta qué es lo que hace que una doctrina permanezca viva en el tiempo, que se conserve a lo largo de la historia, que se desarrolle sin corromperse, que evolucione, pero siga siendo siempre ella misma. Responde sugiriendo siete criterios que garantizan cómo una doctrina o una institución pueden desarrollarse a lo largo de la historia, conservándose.”


“Con el proceder de la historia, el sujeto debe saber conservar su identidad, a pesar de los cambios externos: es decir, debe comprender y defender lo que le define y le caracteriza, mientras que puede cambiar todo lo que no pertenece a su identidad. El sujeto también debe conservar los mismos principios ideales: si asume algo nuevo, lo nuevo no puede contradecir lo que ya posee. El sujeto debe tener un poder de asimilación: frente a las novedades de la historia, una doctrina o una institución no debe cerrarse, sino tener la capacidad de asimilarlas internamente, como lo hace un organismo vivo. Además, la novedad de la historia, una vez asimilada, debe aumentar la coherencia lógica del conjunto de una doctrina: lo nuevo sólo se acepta si ayuda a explicar mejor lo que ya se posee.”


Para terminar resume sus conclusiones en cuatro reflexiones:


  1. En primer lugar, el Evangelio debe ser transmitido, conjuntamente, por palabras y acciones, a través de la verdad y de la vida, con la enseñanza y el testimonio. Contenido dogmático y experiencia vivida tienen que ir juntos. Este es el mandato de Jesucristo a los apóstoles y así ha actuado la Iglesia a lo largo de los siglos.
  2. “En segundo lugar, en continuidad con lo realizado en los siglos pasados, la Iglesia contemporánea debe mostrarse ante el mundo como “experta en humanidad” (san Pablo VI). No debe tener miedo de declarar ante el mundo lo que verdaderamente hace feliz al ser humano y lo que lo engaña, lo que lo promueve y lo que, en cambio, lo corrompe. Sólo Cristo “sabe lo que hay en cada hombre” (cf. Io 2,25), y la Iglesia lo sabe porque lo ha aprendido de su Maestro.”
  3. “En tercer lugar, la garantía de que el cristianismo no se disolverá por los cambios históricos o el progreso de los conocimientos nos la ofrece la Lex Incarnationis. Lo divino se une a lo humano sin destruirlo, ni sustituirlo, ni modificarlo, sino asumiéndolo. Todo lo que en el mundo es -y será- bueno, digno, verdadero y auténticamente humano, es adecuado a participar de la vida de Dios. Gracias al dinamismo de la Encarnación, el cristianismo puede “inculturarse” en toda cultura respetuosa de la verdad y de la dignidad del hombre.”
  4. “Por último, la relación entre el cristianismo y la cultura científica desempeña un papel importante. A veces se piensa que el progreso de las ciencias ha obligado la fe cristiana a ocupar espacios más estrechos, o cada vez más “espirituales”. En realidad, en la medida en que el progreso científico tiende a la verdad y al bien, forma parte del plan de Dios para el hombre. Mediante la ciencia y la técnica, el hombre colabora en la tarea que Dios confió a nuestros progenitores: la de conservar y humanizar la tierra, y llevar a su cumplimiento un mundo creado in statu viae (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 302).”

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