Jesús y las bienaventuranzas


Enzo Bianchi comienza su libro sobre las bienaventuranzas con esta cita de  Jacques Dupont: «Arraigada en el presente y abierta al futuro del reino no de Dios, la felicidad de la que hablan las bienaventuranzas venturanzas hunde también sus raíces en un pasado preciso: en aquel momento del tiempo, que está a nuestras espaldas, en el que se pronunciaron por primera vez; más aún, lo más importante no es el tiempo, sino la persona de aquel que, al proclamarlas, las, se presenta como su garante [...]. El futuro feliz que prometen las bienaventuranzas se ha hecho una realidad presente en la persona de Jesús».
Para Bianchi las bienaventuranzas, son como el corazón de la ética cristiana, “una ética -hay que decirlo con claridad -que no es tanto una ley o, peor aún, una moral de esclavos, sino un espíritu o un estilo, el que anunció ció y vivió jesús en la libertad y por amor”
Hay que reiterar con fuerza que, tanto ayer como hoy, las bienaventuranzas son y seguirán siendo escandalosas; y dado que quien las vivió en plenitud es precisamente el que las pronunció, es decir, Jesús, que por su revelación de Dios acabó en la cruz, entonces -lo repito -las bienaventuranzas son lenguaje de la cruz. También es este el motivo por el que no pueden leerse solamente como un texto de halo poético, ni como un texto de fuertes contenidos morales, ni tampoco como un texto sapiencial, fuente de inspiración para la búsqueda humana. Son también todo esto, pero, más en profundidad, son actitudes vividas radicalmente por Jesucristo y, como tales, deben convertirse en el estilo de vida da de sus discípulos, los cristianos. En suma, para que se haga realidad la buena noticia del evangelio hay que vivir las bienaventuranzas.
“Jesús es el hombre de las bienaventuranzas, él es el pobre, el que llora, el manso, so, el hambriento y sediento de justicia, el misericordioso, el puro de corazón, el que trabaja por la paz, el perseguido por causa de la justicia... Para darse cuenta de esto, es suficiente leer con atención su vida narrada en los evangelios, que es lo que haremos, en parte, en el comentario a cada bienaventuranza”. 
Por consiguiente, las bienaventuranzas no son una ideología, una utopía o una doctrina espiritual. Jesús las dijo para revelar lo que fue su experiencia humana, en la que encontró la felicidad. Una felicidad a un precio caro; una felicidad que nacía en él de la conciencia de que el sentido de su existencia consistía en vivir el amor a Dios y a los hombres, en buscar siempre y por encima de todo la comunión, también ante quien sabía responder a este anhelo suyo solo con la violencia y la triste maldad. En suma, una felicidad que para Jesús coincidía con la búsqueda de la humanización plena, con la búsqueda de un comportamiento capaz de «salvar» su vida humana.

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