Virtudes

Juan Luis Lorda, es profesor agregado de Teología Dogmática de la Universidad de Navarra. En esta obraanaliza los principales hábitos que construyen la personalidad: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, así como.También se centra en las nuevas virtudes cristianas -humildad, capacidad de perdonar, pobreza, castidad y obediencia-, las virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo. El último capítulo está dedicado a las Bienaventuranzas.

"La persona buena es un tesoro, un descanso, un triunfo para la humanidad. Pero, realmente, ¿se puede mejorar? La experiencia dice que sí, aunque no sea fácil, pues tenemos límites y defectos muy arraigados. La búsqueda de esa mejora nos coloca ante la historia del humanismo, de la sabiduría clásica y de la virtud como hábito positivo. Nos empuja al conocimiento propio y al control de los impulsos, para someterlos al imperio de la razón", explica.

Dominar los instintos e impulsos interiores
"Cuando hablamos de humanismo -apunta el profesor Lorda-, estamos hablando, sobre todo, de la manera humana de vivir. Una manera que no se nos da entera y hecha por nacimiento, sino como en semilla. Tenemos facilidad para hacerlo por naturaleza, pero cada uno lo tiene que desarrollar con ejercicio personal. Con ejercicio, se aprende a vivir como persona, como ser humano; como un ser que piensa y decide personalmente; como un ser que aprende a dominar sus instintos e impulsos interiores".  Comienza el libro explicando la noción de virtud según la filosofía de la Grecia. Siempre es muy interesante recordar a los clásicos:

El plano de la interioridad humana está trazado casi desde el inicio del pensamiento. Platón, el gran discípulo de Sócrates, comparó el alma o la interioridad humana a una biga, uno de esos hermosos carros griegos de dos ruedas, tirados por dos caballos. En el alma hay un conductor que dirige el carro. Es la razón, con su capacidad de decidir, que es la libertad. Y los dos caballos son las dos tendencias del alma; o como se decía clásicamente, los dos apetitos. 

Uno de los caballos representa los deseos de placer. Según el ejemplo de Platón, es un caballo negro y díscolo. Difícil de dominar, porque está siempre revolviéndose con todas las cosas que nos apetecen. A la razón le cuesta controlarlo, sujetarlo con las riendas, pero si no lo controlara perdería la libertad. Así sucede en algunas vidas o, por lo menos, en algunos casos.

El otro caballo es el ánimo, el deseo de lo que es noble y bonito, que se alimenta con el ejemplo de las grandes hazañas de los héroes que han hecho algo valioso. Es la capacidad de enfrentarse con los grandes retos de la vida, el ánimo para afrontar las luchas y también para padecerlas sin venirse abajo. Este, según Platón, es un caballo blanco, noble y dócil. No es que uno sea el malo y otro el bueno. Uno es más noble que otro, pero los dos son necesarios para tirar del carro. Si no tuviéramos deseos de comer, no podríamos vivir. Pero si sólo nos dejáramos llevar por los deseos de comer, nuestra vida sería bastante miserable. La imagen del carro con sus dos caballos es muy útil para ilustrar lo que es el alma humana. En nuestra vida hay una guía, que es la inteligencia, que tiene que saber gobernar las tendencias: tanto los múltiples deseos de placer, como el ánimo por los grandes ideales. No podemos vivir sin comer, pero tampoco podemos vivir sin ideales. Con los dos caballos avanza el carro. Y saberlo es mucha sabiduría y una clave del humanismo.


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