Pequeña teología de la lentitud


José Tolentino es un teólogo portugués, ensayista y poeta que predicó los últimos ejercicios espirituales al Papa Francisco y a la Curia romana. En el presente breve ensayo trata con calma y profundidad algunas cuestiones en torno a la cultura en la que vivimos. Pasamos por las cosas sin habitarlas, hablamos con los demás sin escucharlos; todo transcurre a un galope ruidoso, vehemente y efímero. Muchas veces la velocidad a la que vivimos nos impide vivir. Precisamos de una lentitud que nos proteja de las precipitaciones, de los gestos ciegamente compulsivos, de las palabras banales.
Tolentino nos invita a explorar la lentitud, el agradecimiento, el perdón, el deseo, la perseverancia o el arte de cuidar y habitar:
Martin Heidegger se basó en el concepto de habitar para construir su proyecto filosófico, que describe así: existir como humanos corresponde fundamentalmente al habitar. “Yo soy”, “tú eres”, significa “yo habito”, “tú habitas”. El ser humano se realiza en la medida en que habita. ¿Qué significa habitar? Habitar, explica Heidegger, quiere decir “proteger” y “cultivar”.
Las casas son construcciones para ser habitadas, es cierto, y desempeñan un papel decisivo en la elaboración de nuestra experiencia humana. Pero además todas las casas hablan de algo que está más allá de ellas. Hablan de lo que es un ser humano, materia inmensa y breve al mismo tiempo, algo asombroso.  Hablan del conocimiento que sólo es verdadero si alberga en sí la conciencia de lo que hoy ignora. Hablan de la intimidad dentro y fuera de la piel. Hablan del silencio y de la palabra, que unas veces se contradicen y otras no.
Habitar es “proteger y cultivar”. Heidegger recurre a una cita bíblica: “Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara” (Gen 2, 15).
Particularmente interesante nos parece su reflexión sobre el deseo: 
Alguna preguntas nos han estado aguardando desde siempre. Podemos intentar pasar de largo o hacernos los distraídos durante un tiempo, pero en nuestro interior sabemos que ese jugar al escondite tiene un precio. Evitarlas es desoír la llamada que la vida nos hace.
Una de esas llamadas está ligada al deseo, y en su forma más incisiva y personal se formula de la siguiente manera: “¿Cuál es mi deseo?” Mi deseo profundo, que no depende de ningún medio o necesidad, que no se refiere a ningún objeto, sino al propio sentido. “¿Cuál es mi deseo?”
El deseo que no coincide con las estrategias cotidianas de consumir, sino con el amplio horizonte del consumar, de realizarme como personaúnica e irrepetible, de asumir mi rostro, mi cuerpo hecho de exterioridad e interioridad, de mi silencio, de mi lenguaje.
La sociedad de consumo, con sus ficciones y vértigos, promete satisfacerlo todo y a todos, y falazmente identifica felicidad con estar saciado. Saciados, colmados, satisfechos, domesticados; así estamos, satisfechas nuestras necesidades en la gran fiesta del consumismo. La saciedad que se obtiene mediante el consumo es una prisión del deseo, reducido a un impulso de satisfacción inmediata.
El deseo verdadero, en cambio, se identifica de forma inequívoca por una ausencia, por una insatisfacción que se convierte en principio dinámico y proyector. El deseo es literalmente insaciable porque aspira a algo que no puede poseer: el sentido. En esta línea el deseo no se sacia, sino que se intensifica.
Tolentino no se considera pesimista, “los discursos sobre la decadencia me hastían”, pero ve el futuro con ojos críticos: “bendito el futuro que nos inspire modos de existencia más auténticos, más atentos al ser humano (…) De poco sirve aferrarnos a nuestros puntos de llegada, como si fueran los únicos legítimos, cuando más bien deberíamos bendecir el futuro que nos declare obsoletos. Bendito el futuro que se ría de nosotros por haberlo confundido todo: el desplazamiento con el viaje, la aproximación con el encuentro, la propiedad de las cosas con su uso, la acumulación de bienes con su sano disfrute. Bendito el futuro que nos critique por haber producido tanto y haberlo distribuido tan mal, por haber llegado a la Luna y resistirnos tanto a conocer nuestro propio corazón”.

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