Dos grandes estudios sobre el valor de la reforma litúrgica, su sentido teológico y pastoral y sus frutos. En dos trabajos realizados en momentos distintos: el primero, de Luis Bouyer, consultor sobre Liturgia del Concilio Vaticano II, escrito al poco tiempo de ponerse en práctica la reforma. El segundo, de Ignacio Oñatibia, consultor de la Comisión Litúrgica preparatoria del Concilio, escrito veinte años después.

Sesenta años después, el primer texto aprobado por e Concilio Vaticano II, "Sacrosanctum Concilium" permanece como la carta magna de la liturgia. Fue el punto de llegada del movimiento litúrgico que nos adentró en la primera mitad del siglo xx en los fundamentos de la liturgia y en su verdadero espíritu. Y quedó como punto de inicio de una reforma que tenía como objetivo devolver a la celebración su sentido más profundo para que con los ritos y los gestos se manifieste más claramente el fin del culto cristiano.


En el n. 8 de dicho documento se afirma: "En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está sentado a la diestra de Dios como ministro del santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos al Señor el himno de gloria con todo el ejército celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El".


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