Los Dones del Espíritu Santo


Gaultier de Chaillé acaba de publicar un libro muy útil, no sólo para vivir la fiesta de Pentecostés sino también para la catequesis de adultos o la preparación del Sacramento de la Confirmación. Un libro dirigido a un público amplio, fácil de leer y que sugiere metas razonables para todo cristiano.


El Espíritu Santo establece en nosotros la disposición a amar a Dios, y para ello genera en nosotros actitudes que nos permiten vivir, desarrollarnos y también proyectarnos hacia Dios. Son lo que se denomina «Dones del Espíritu Santo». Estos dones son la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. 


La sabiduría que otorga el Espíritu Santo permite egar a considerar grandes deseos porque hace posible, sobre todo, tener esperanza en ellos; pues la inigualable fórmula del éxito es la gradualidad de su realización. Nada se consigue mejor que con tiempo, con paciencia, con dedicación y con esfuerzo. 


El entendimiento de los planes de Dios es entender que no hay un destino previsto de antemano para nosotros, ni un «gran libro» de nuestra vida donde todo está previsto y decidido. Pero sí hay intervenciones divinas en el día a día que funcionan como señales.


El don del consejo permite calibrar nuestras decisiones para que estén orientadas hacia el mayor bien posible. La meta de nuestras acciones no es únicamente hacer el bien, sino escoger el bien más duradero, el que lleva a la dicha eterna y no solo al placer inmediato. El don del consejo permite calibrar nuestras decisiones para que estén orientadas hacia el mayor bien posible. La meta de nuestras acciones no es únicamente hacer el bien, sino escoger el bien más duradero, el que lleva a la dicha eterna y no solo al placer inmediato. 


La fortaleza implica considerar la vida conjunto de retos que se nos plantean pero que, en todo caso, recaen sobre nosotros la ayuda de Dios, pero Dios no nos sustituye en nuestras responsabilidades. No podemos dar siempre en los demás o en Dios pensando que a mínimo esfuerzo, evitaremos sufrir o fracasar. Gracias al Espíritu Santo adquirimos la ciencia por la que podemos conocer a Dios de verdad y, así, vivir de su misma vida. Aunque en plenitud este conocimiento se dará en el cielo. La piedad no es fruto de nuestra propia producción. No responde a ningún tecnicismo ni a una aptitud personal. Es, únicamente, un don del Espíritu Santo para nosotros. Podemos establecer las circunstancias favorables a su aparición contribuyendo nosotros también con la oración, pero la piedad escapa por completo a nuestro control.


El temor apropiado hacia Dios es un don del Espíritu Santo y no el fruto de nuestras deducciones o invenciones. Es el Espíritu Santo quien nos permite percibir, al menos un poco, la dimensión de lo que es Dios: el inmenso soberano cuyo poder de amor es tan grande que da vértigo. E insisto en este vértigo. Si no hablamos de un Dios de amor más que para imaginarselo amable y tierno, no estamos hablando de Dios, sino de algo parecido que nos tranquiliza y que está muy lejos de lo que es Dios. Pensar en Dios por medio del Espíritu Santo nos lleva no solo a serenarnos, sino que además conduce a dos sentimientos importantes hacia Él y que en ningún caso niegan el amor: el respeto y la intimidación. 




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