Cerrar los ojos



Acabo de ver esa obra maestra que es  “Cerrar los ojos” de Victor Erice, intuía que no me iba a defraudar y he acertado. Ha valido la pena esperar 30 años desde “El sol del membrillo”  (40 desde “El sur” y 50 desde “El espíritu de la colmena)  para llegar a alcanzar esta magnífica lección de cine en la que retoma la idea de “El espíritu de la colmena”: el cine dentro del cine.


La magia del cine viene aquí enriquecida con un contenido del máximo interés: la búsqueda de la identidad, de una identidad perdida a causa de una amnesia patológica. Sólo la fuerza del amor de amistad y la caridad de unas monjas harán posible el milagro. un personaje afirma que los milagros en el cine dejaron de existir tras la muerte de Carl Th. Dreyer, ‘Cerrar los ojos’ certifica la fuerza del cine, que se resiste a perder su condición privilegiada de arte del presente.


Al principio, la lentitud narrativa y el ocultamiento del tema principal hacen que el espectador se sienta algo desconcertado, pero pronto se desvela de lo que se trata, de una especie de Odisea, de un viaje en busca de alguien todavía desconocido. Se van sembrando pistas a través de sugerentes diálogos y simples miradas.


Será en la segunda parte, rodada en el asilo de ancianos, cuando la película alcanza las máximas cotas de excelencia artística, con una fotografía sencillamente apabullante, un extraordinario manejo del lenguaje cinematográfico (hablar con la pura fuerza de las imágenes) y un contenido humano genial que retoma de las obras inmortales: el amor que redime. Afecto, filiación, amistad y caridad se confabulan para devolver a la vida real a un ser que había perdido sus vínculos esenciales.


‘Cerrar los ojos’ se va construyendo, de forma densa y a la vez fluida, a partir del parsimonioso encadenamiento de la odisea itinerante de Garay con objetos altamente simbólicos (una fotografía perdida, unos zapatos abandonados, una pieza de ajedrez) de modo que engancha plenamente al espectador que espera con emoción un desenlace que sólo queda esbozado. Como en toda gran obra de arte entre el espectador y el autor se crea una complicidad que es necesaria para que se cumpla el fin de la obra. 


Desde aquí nuestro reconocimiento a este creador exquisito y discreto, que bien podría decir como John Ford: “Mi nombre es Víctor Erice… y hago películas”. Gracias, maestro.



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