El río de los libros

 



Creo que conozco bien el alma de poeta de José Manuel Gutiérrez, pues he seguido su trayectoria desde hace treinta años. Esa sensibilidad en la que las más ligeras vibraciones de la Belleza resuenan como truenos y sobrecogen el espíritu. El libro recoge, efectivamente, un mosaico de textos unidos por el agradecimiento y la emoción, pero, por encime de esto es un mosaico de vivencias que agrandan el alma, llegando a la conclusión de que los grandes escritores y artistas hablan de nosotros mismos.

La pasión por la educación late en cada página y nos golpea, como cuando recuerda aquellas palabras que Lucía, la hija de James Joyce le dijo a su padre que "la razón por la que estaba mentalmente enferma era que él no le había transmitido ninguna moral".

Reconozco que comulgo también con esas palabras de  Simone Weil: «En todo lo que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de la belleza está realmente la presencia de Dios. Existe casi una especie de encarnación de Dios en e mundo, cuyo signo es la belleza. Lo bello es la prueba experimental de que la encarnación es posible. Por esto todo arte de primer orden es, por esencia, religioso».

A propósito de Marguerite Yourcenar el autor escribe estos versos:

(...)

dispuesta a escribir la primera página

de una novela que justificara su vida, 

los viajes, el estudio, 

la palabra labrada

en el tiempo con la larga paciencia del agua, 

poco a poco, lentamente: de país en país, 

de los folios al color de los mapas, 

de los hallazgos al fracaso, 

de las alimentadas esperanzas 

a las tristezas más amargas 

pero dueña, tras el mar de la muerte, de su ser, 

el mismo que viajó por el pasado de Grecia.


Así, como la vida misma, porque a todo hombre le es confiada la tarea de ser artífice de la propia vida, de hacer de su vida una obra de arte.

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