La espiritualidad conyugal según Juan Pablo II

 


En su libro "La spiritualité conjugale selon Jean-Paul II" (Presses de la Renaissance, París 2010), Yves Semen, doctor en filosofía, casado y padre de ocho hijos, se propone la doctrina del Papa sobre la "teología del cuerpo",

espléndida pero a menudo difícil de leer.


La lectura del texto es un placer. El lenguaje es depurado. Los esbozos dan al autor la oportunidad de

desarrollar ciertos puntos y de extraer conclusiones a menudo muy realistas y pertinentes de las enseñanzas

del Papa. Se nota que Yves Semen ha reflexionado mucho sobre las enseñanzas de san Juan Pablo II,

y que las ha confrontado con su propia situación de hombre casado.


Habla de temas como el matrimonio como vocación, la entrega y el perdón, la "liturgia del cuerpo",

las cruces y las penas que se pueden encontrar en la vida matrimonial, la maduración del amor,

la Eucaristía como misterio nupcial, etc.


Quizá algunos pasajes merecen una aclaración. Cuando trata de "La humildad de la encarnación", Yves Semen habla de la "desnudez de las almas", es decir, de la necesidad de una comunión perfecta de los corazones,

que garantice el sentido conyugal de la unión de los cuerpos. Para el autor, esta comunión exige ofrecer al otro

"una vulnerabilidad y una transparencia totales" y "aceptar expresar lo más íntimo de la propia comunión con Dios

en una vida espiritual vivida en pareja" (p. 78). En un momento dado, tenemos también la impresión de que

los cónyuges no pueden rezar el uno sin el otro.


Es cierto que en el matrimonio los esposos están llamados a la comunión, y que ésta presupone una verdadera

comunión de corazones, como fruto de la entrega mutua. La comunión es una unidad en la diversidad,

como en la Trinidad, donde hay un solo Dios en tres Personas, que se distinguen entre sí precisamente

porque una es el Padre, la otra el Hijo y la tercera el Espíritu Santo. La unión no es nunca el resultado de una fusión,

y menos aún de una absorción de una en la otra.


La comunión debe respetar también la autonomía del otro, su sensibilidad, su cultura, sus gustos,

la intimidad de su conciencia - "el centro más secreto del hombre, el santuario donde está a solas con Dios"

(Gaudium et spes 16)- y su propia vida interior, algunas de las cuales no se pueden comunicar

(por no hablar de su propia religión, si el cónyuge no es católico). Rezar juntos, como pareja y con los hijos,

es necesario, pero en ningún caso excluye estar a solas con Dios.


Por último, no olvidemos que, incluso en el matrimonio, también hay cosas que es mejor no decirse,

porque pueden herir el amor: ciertos pensamientos que se nos hayan podido pasar por la cabeza, ciertos deseos

o impulsos que hayamos podido experimentar, ciertas tentaciones que hayamos tenido que afrontar,

por ejemplo contra la fidelidad. En el matrimonio, la totalidad del don de sí no se reduce a entregar

indiscriminadamente todo lo que pueda pasar por nuestra mente y nuestro corazón.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Dios es siempre nuevo

Alguien a quien mirar

Castellano