La verdadera noche es luz



Carlos Villar nos ofrece en este, su primer libro, una serie de reflexiones muy sugerentes, una visión en torno a la gran paradoja cristiana que nos plantea el Evangelio en todas sus propuestas. El título, tomado de Gustave Thibon, evoca el misterio y la belleza del amor de Dios en un mundo herido por el pecado. El el libro se van recogiendo distintas consideraciones de los principales autores cristianos contemporáneos: Ratzinger, Guardini, Cencini, H.U. Von Balthasar, Gabriel Marcel, von  Hildebrand, C.S. Lewis, Ravasi, Bruno Forte, José Granados, San Josemaría, el Papa Francisco, y un largo etc. entre los que se encuentra un amigo personal, Ernesto Fernández, a quien dedica el libro, van desfilando por estas páginas con un elenco de citas selectas.


“Toda la vida interior -dice el autor en el Prólogo- se podría condensar en la capacidad de abrir los ojos a la presencia de Dios en el alma y en la existencia; en revivir, cada uno a su manera, la experiencia de Juan al reconocer al Maestro en aquella a escena evangélica de la segunda pesca milagrosa (cfr. Jn 21). Después del fracaso de una noche de pesca con las redes vacías, el discípulo amado reconoce al Maestro en la orilla de la playa: ¡Es el Señor! Y entonces, todo cambia. Despunta la luz y despierta el amor, el sentido, la vida que ya no muere. Es la experiencia del encuentro que tiene el Señor con cada personaje del Evangelio”.


El libro trata, en definitiva, sobre la ciencia de la Cruz, que nos va enseñando este camino de oscuridad y de luz al mismo tiempo, pero sobre todo de amor. “Un camino doloroso que nos va liberando de los falsos ídolos. Todo hombre debe pasar por ese proceso de criba (crisis) para vivir en la verdad. Una prueba que reconquista una libertad interior perdida. "Hay lugares - dice Leon Bloy- que aún no existen en nuestro corazón y es necesario que llegue el sufrimiento para que existan". Cencini, estudioso de estos procesos de maduración, subraya la fecundidad que brota de esta purificación: "Toda prueba, aceptada con humildad de la mano de Dios, es capaz precisamente de esto: los espacios creados en nosotros por las precedentes experiencias de amor, incluso las más profundas, son ocupados ahora por Dios. Es como si Dios plantase allí su tienda. Es una tierra conquistada y transformada ahora en zona del encuentro con él (...). Mente y corazón, probados a fuego, conocen ahora a Dios de cerca, no de oídas”.


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