Vida contemplativa


La defensa de la vida teórica –contemplativa– es el leitmotiv de toda la obra de Byung-Chul Han y así también en este nuevo ensayo. Con un título en el que hace un guiño a Aristóteles –y discute a Arendt, que reivindicaba la vita activa, la praxis–, vuelve a recordar que el cultivo de la espiritualidad no constituye una vía abierta por Oriente, sino el abarrotado tesoro de una cultura que no conoce de coordenadas ni geografías, como la clásica. Han aclara rasgos de nuestra excelencia que han perdido, por distintas causas, precisión y luminosidad en el entorno actual. Lo hace dialogando con eximios y sutiles pensadores –de Novalis a Heidegger, de Benjamin a Barthes–, bien para suscribir sus opiniones o, cuando no es para matizarlas, a fin de disentir claramente de estas.

Las ideas destiladas en esa conversación irrumpen,  como una bofetada en el mismísimo rostro de nuestra forma cotidiana de vida. Más intenso que cualquier libro de autoayuda, el ensayo exige menos donde todos piden más, reafirma lo gratuito cuando propendemos inexorablemente a comerciar con nuestro yo –sí, cualquier cosa es hoy venal, desde la camisa que ya no usamos hasta aspiraciones más o menos confesables– y aconseja quietud monástica a quienes viven sumidos en un embrollo de instantes e impulsos. En resumen: si nos creíamos en la cúspide del progreso, no es la técnica ni la acción lo que engrandece, sino el sosiego, encargado de poner a tono el alma para lo que se nos ofrece como donación.

Hay bienes más altos que los que nos son útiles, hasta el punto de que, lo creamos o no, la felicidad más perenne estriba en el gozo que dispensa nuestro acercamiento a ellos. Por otro lado, si –como decía el clásico– el ser humano nunca está más acompañado que cuando está solo, quizá la acción más plena sea la que nos convierte en huéspedes de lo real. En contemplar, al fin y al cabo, consiste la vida divina.

El pensador coreano, denuncia la crisis de la religión en un mundo castigado por la hiperactividad y la dispersión mental: “La crisis actual de la religión no puede atribuirse simplemente al hecho de que hayamos perdido toda fe en Dios o a que nos hayamos vuelto desconfiados con respecto a determinados dogmas. En un plano más profundo, esta crisis apunta a que estamos perdiendo cada vez más la capacidad contemplativa.

La creciente obligación de producir y comunicar dificulta la pausa contemplativa. La religión presupone una atención particular. Malebranche describe la atención como la plegaria natural del alma. Hoy el alma ya no ora más. Hoy el alma se produce. Debido a su hiperactividad se le puede atribuir la responsabilidad por la pérdida de la experiencia religiosa. La crisis de la religión es una crisis de la atención”.


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