Retahilas

 



Carmen Martín Gaite publicó publicó ” Retahílas” en 1974, dieciséis años después de su primera novela, Entre visillos (Premio Nadal, 1957). 


Durante una larga noche en vela, en la antesala de la muerte de un familiar, Eulalia y Germán —tía y sobrino— destejen los recuerdos, las experiencias, y reflexionan sobre todo aquello que está en torno a sus vidas y en la vida. Eulalia, una mujer madura y enfrentada a la pérdida de la juventud, vuelve a la casa de Galicia donde pasó su infancia forzada por la inminente muerte de su abuela. Germán, que acude al encuentro de su tía movido por una necesidad de huir de la rutina, resulta ser un joven desilusionado e inconformista que pretende seguir unas pautas de comportamiento distintas a las que han marcado su vida hasta entonces.


La figura de la mujer y su lugar en el mundo regresa al primer plano en esta novela —como ocurrirá en gran parte de su obra posterior—, pero a diferencia del tratamiento que recibe en Entre visillos, aquí Martín Gaite ya no habla de la mujer cuya situación sigue siendo la misma y cuyo único logro es haber cambiado de apariencia, sino que en Retahilas, la escritora da un salto ideológico respecto a su concepción de la mujer y construye un personaje femenino que no sólo quiere ser otro, sino que desea establecer una relación diferente con el hombre, dejando atrás los roles sexuales que resultan alienantes, o el feminismo de la igualdad que Martín Gaite no tiene en la cabeza. 


La escritora, quien con su siguiente novela, “El cuarto de atrás”, se convirtió en la primera mujer que obtenía el Premio Nacional de Literatura, consideraba que el alegato feminista de aquel momento se había radicalizado hasta el punto de transmutarse en un discurso dudosamente aceptable. Con Retahílas Martin Gaite logra  crear una nueva forma de diálogo entre los sexos al romper con los estereotipos de lo femenino y lo masculino. 


La novela causó cierto revuelo cuando se publicó no sólo por esta forma de subvertir los roles sexuales,  sino también gracias a la estructura que la escritora eligió para la narración; se trata de dos monólogos, a modo de extensas retahílas, de largos desahogos, que van encadenándose en cada capítulo, dándose la vez un personaje a otro o, dando y tomando el hilo, tal y como Germán explica cuando reproduce una conversación reciente con un amigo: «(…) en el fondo, lo que se busca es como un arranque para agarrar la batuta de las cosas que vas haciendo, que necesitas verle el hilo que las traiga hasta ti de dónde sea, la relación, el proceso, es decir que no sean todo acontecimientos aislados, chispas brillando y apagándose cada cual por su cuenta». Y un poco más adelante sigue explicando: «Que tenemos perdido el hilo, ése era el estribillo fundamental: se emocionaba con haber descubierto esa verdad que le parecía tan básica, y cuando la conversación languidecía, repetía la palabra casi a secas: “Eso, Germán, el hilo, es eso, el hilo, en el hilo está todo, ¿no te parece?”, como si tuviera miedo de que al dejar de pronunciarla se le escapara la posibilidad de agarrar realmente algún cabo de hilo fundamental para nuestras vidas». 


Retahílas,  en este sentido, puede considerarse como un punto de inflexión en la obra de la autora ya que por primera vez las palabras redimen, cuando menos de forma provisional, la soledad en que viven ambos personajes, que pasan de ser casi unos desconocidos hasta alcanzar un intenso grado de complicidad.


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