El lazarillo de Tormes

 


Pues sepa Vuestra Majestad ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y de Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera. Mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de una aceña, que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí: de manera que con verdad puedo decir nacido en el río. Pues siendo yo niño de ocho años, achacaron a mi padre ciertas sangrías mal hechas en los costales de los que allí a moler venían, por lo que fue preso, y confesó y no negó y padeció persecución por justicia. Espero en Dios que está en la Gloria, pues el Evangelio los llama bienaventurados. En este tiempo se hizo cierta armada contra moros, entre los cuales fue mi padre, que a la sazón estaba desterrado por el desastre ya dicho, con cargo de acemilero de un caballero que allá fue, y con su señor, como leal criado, feneció su vida” (comienzo Cap. 1).

El lazarillo de Tormes es, quizá, la primera novela realista, paradigma de una nueva serie literaria: se alzaría como «antecedente», «precursor», o «fundador» nada menos que de la «novela picaresca»; contenía una fecunda poética novelesca, a cuyas normas se atendrían muchos seguidores, distanciarse radicalmente de todos los módulos narrativos idealistas que saturan la España literaria del Emperador.

Precisamente en ese “gloriosa” época imperial de España la novela nos muestra una sociedad sumida en la miseria y condenada a sobrevivir de la mendicidad (Lázaro, ciego), a la vez que atenazada por prejuicios religiosos (bulas) y monomanías casticistas (honra); de unos seres casi proscritos desde la cuna por su origen vil: negros, caldereros, prostitutas, porquerones, etc. Ésa es precisamente la auténtica dimensión histórica del Lazarillo, cuando no de la España de la primera mitad del mil quinientos.

Culturalmente hablando, como creación nítidamente renacentista que es, pone el dedo en la llaga de las corrientes de pensamiento fundamentales que se difunden en su tiempo: humanismo y erasmismo. Y no lo hace para contribuir ingenuamente a su difusión, sino, muy al contrario, para replantearlas irónicamente con intenciones corrosivas donde las haya. 

Estas memorias pseudoautobiográficas que ofrece se enuncia desde un «yo» altisonante inicial («Yo por bien tengo que cosas tan señaladas, y por ventura nunca oídas ni vistas, vengan a noticia de muchos, y no se entierren en la sepultura del olvido», Prólogo) que parece erigirse en medida del universo, como si se apostase de salida por el ideal antropocéntrico impuesto por el humanismo frente a los enfoques teocéntricos heredados del mundo medieval”

En la misma línea, la serie de amos a los que sirve el narrador está básicamente integrada por religiosos (clérigo, buldero, arcipreste, etc.), los cuales son siempre tratados con un anticlericalismo radical y feroz de claro ascendente erasmista. El autor no se conforma tampoco ahora con inscribirse en las corrientes espiritualistas de orientación reformista, ortodoxa o heterodoxa, tendentes a erradicar la escandalosa corrupción de la Iglesia que imperaba en la época.


El Lazarillo descuella por su envergadura y alcance, desde un punto de vista literario sobresale a ojos vistas en el conjunto de la literatura renacentista, sea cual sea el enfoque desde el que lo miremos. Cuando los tiempos apostaban por las grandes series caballerescas, sentimentales, pastoriles, moriscas o bizantinas, por no recordar los entornos mitológicos de las corrientes poéticas garcilasistas, siempre de marcada impronta idealista, la novelita de marras vuelve la vista a la más pura y cruda realidad.

La obra se muestra como un islote «realista» en un universo de fantasmagorías. De resultas, los caballeros míticos, los amantes arquetípicos, los pastores de églogas, los escenarios arcádicos y, en suma, el mundo idílico propio de la «edad dorada» queda suplantado, por primera vez en literatura, por una realidad de cal y canto donde sólo caben verdades como puños: miserables desharrapados, pordioseros, hipócritas, sinvergüenzas, callejuelas inmundas, casas lúgubres…”

En el Lazarillo, el pícaro Lázaro de Tormes cuenta su vida desde la infancia hasta su madurez, en la que sacrifica su dignidad a cambio de cierta seguridad económica. No es un personaje ejemplar, como los protagonistas de las novelas de su tiempo, sino un moderno antihéroe. Detrás de la voz del joven Lázaro, natural, espontánea y vibrante, se oculta un autor que no acepta las reglas establecidas en la sociedad de su tiempo. Quizá esta sea la razón de que el Lazarillo sea una obra inclasificable, pues una manera de cambiar el mundo es mirarlo desde otra perspectiva, a través del espejo mágico de la literatura. 

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