Seréis mis testigos


El origen de este libro se remonta a 1981, cuando san Juan Pablo II invitó a Mons. Jerzy Ablewicz para que dirigiera en el Vaticano los ejercicios espirituales a los que asisten el Santo Padre y los Cardenales y prelados de la curia romana.

El autor comienza citando la Encíclica de Pio XI “Mens nostra” dedicada a destacar la importancia de los ejercicios espirituales: 


“La más grave enfermedad que aflige a nuestra época, siendo fuente fecunda de los males que toda persona sensata lamenta, es la ligereza e irreflexión que lleva extraviados a los hombres. De ahí la disipación continua y vehemente en las cosas exteriores; de ahí la insaciable codicia de riquezas y placeres, que poco a poco debilita y extingue en las almas el deseo de bienes más elevados, y de tal manera las enreda en las cosas exteriores y transitorias, que no las deja elevarse a la consideración de las verdades eternas, ni de las leyes divinas, ni aun del mismo Dios, único principio y fin de todo el universo creado” (n. 6).


El título lo toma del capítulo 1 de los Hechos de los apóstoles: ​​”seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra”. A lo largo del libro va meditando sobre distintas manifestaciones del testimonio en la Iglesia: Testimonio del carácter sacerdotal, del servicio a Dios, del amor al Padre, de la resurrección, de la Eucaristía, de la confesión, de la familia, etc.


Al hablar ser testigos de la Pascua resalta tres características fundamentales:


  1. Pensar según la Pascua. “Porque nuestra Pascua, Cristo, ya ha sido inmolada” (1 Cor 5, 7). El pensamiento pascual se fundamenta sobre la verdad manifestada por Cristo a Pilato: “Mi reino no es de este mundo” (Io 18, 36) e invita a reflexionar sobre el episodio del camino de Emaús. El pensamiento pascual pone la solución última del problema de cada hombre.

  1. Vivir según la Pascua. Que el trabajo realizado por el creyente manifieste una vida pascual. Favorezcamos y desarrollemos la vida nueva trabajando primero sobre nosotros mismos con la fuerza de la resurrección de Cristo, no contando solo con nuestras propias fuerzas. “Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre” (Col 3, 1).

  1. Esperar el cumplimiento de la Pascua. “Anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús”. Estas palabras de la misa deben orientar toda nuestra esperanza hasta el fin del mundo. El testigo de la resurrección es el hombre de la espera pascual, que se vive especialmente el día del Señor, es decir, el domingo, la “fiesta primordial”.


Al final del libro se recoge un bello Vía Crucis que el autor titula “testimonio de la Cruz”. En fin un libro que ha supuesto para mí un grato descubrimiento y que lamentablemente, en la edición castellana, se encuentra agotado.

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