Esperando a Cristo


Este modesto volumen reúne siete escogidos textos de J.H. Newman: seis de sus famosos “Sermones” y un enjundioso discurso escrito con motivo de la fundación de la Universidad Católica de Irlanda, que ha sido tomado de “La idea de la Universidad”. Nuestro autor fue uno de los líderes del llamado “Movimiento de Oxford”, formado por profesores y clérigos que combatían la influencia laicista del anglicanismo.


El título del libro se debe al sexto de los sermones recogidos, que fue escrito con motivo de la fiesta de la Ascensión cinco años antes de su conversión al catolicismo. Reproducimos aquí algunos párrafos del mismo:


““Los cristianos han esperado siempre el último día y siempre se han visto defraudados. Creyeron ver síntomas de su venida y señales peculiares en su propio tiempo, pero un mayor conocimiento del mundo y una experiencia más larga les habrían enseñado que esos síntomas se dan en todos los tiempos. Se llenaron de temores injustificados, excitaron sus mentes estrechas y construyeron fantasías supersticiosas. ¿En qué edad del mundo ha faltado gente que creyera inminente el Día del Juicio? Semejante ansiedad fomentó la indolencia y la superstición, y no es más que simple debilidad”.


“Voy a intentar ahora decir algo en respuesta a esta objeción. Considerada como objeción a un hábito de continua espera  —por usar una expresión común— pienso que prueba demasiado. Si se lleva a sus últimas consecuencias, en ningún momento de la historia debería esperarse el día de Cristo; la edad en que venga —sea cuando sea— no debería esperarle, que es precisamente de lo que se nos ha prevenido. En ningún lugar nos advierte el Señor contra lo que despectivamente se califica de superstición, pero sí nos previene expresamente contra una excesiva seguridad. Si es verdad que los cristianos le han esperado cuando no venía, es también muy cierto que cuando venga, el mundo no le esperará. Si es verdad que los cristianos han creído discernir signos de su venida cuando no los había, es igualmente cierto que el mundo no acertará a ver los signos de su venida cuando los tenga ante los ojos”. 


“Sus signos no son tan claros que no haya que buscarlos, no son tan claros que no podáis equivocaros en vuestra búsqueda. Las opciones son, pues, el riesgo de pensar que veis lo que de momento no existe, o el de no ver lo que está presente ante vosotros. Es verdad que, muchas veces y en numerosas épocas, los cristianos se han equivocado al pensar que advertían la venida de Cristo; pero es preferible pensar mil veces que Él viene cuando no viene, que pensar una sola vez que no viene, cuando está viniendo realmente”. 


“Esta es la diferencia entre la Escritura y el mundo. Si juzgáis por la Sagrada Escritura esperaréis siempre a Cristo; si juzgáis por el mundo, no le esperaréis nunca. Ahora bien, pronto o tarde, ha de venir algún día. Los hombres mundanos se burlan hoy de nuestra incapacidad para discernir su venida. ¿Pero, cuando Él venga, de quién será la falta de juicio? ¿De quién será la victoria? ¿Y qué piensa el Señor de esta burla de ahora? Nos previene expresamente, a través de su Apóstol, contra quienes se burlan y dicen: «¿Adónde fue a parar la promesa de su Venida? Pues desde que murieron los padres todo sigue como el principio de la creación... Pero una cosa no podéis ignorar, queridos míos —continúa san Pedro—: que ante el Señor un día es como mil años y mil años como un día» (2 P 3,4-8)”.


“Hay que tener presente también que los enemigos de Cristo han esperado siempre, siglo tras siglo, la caída “de su religión, y no veo por qué esta esperanza ha de ser más razonable que la otra.  En realidad, ambas se ilustran mutuamente. Sin desalentarse por el fracaso de anteriores anuncios en este sentido, los incrédulos esperan sin cesar que la Iglesia y la religión de la Iglesia dejen de existir. Lo esperaban el siglo pasado y lo esperan en este. Piensan siempre que la luz de la verdad se extingue y que ha sonado para ellos la hora de la victoria. Insisto: no veo por qué es razonable seguir esperando —después de tantas decepciones— el hundimiento de la religión y poco razonable, en cambio, aguardar la venida de Cristo, a pesar de algunas frustraciones concretas”. 


“Después de todo, por encima de las apariencias, los cristianos pueden alegar al menos la promesa explícita de Cristo sobre su Venida; mientras que los incrédulos no aducen —supongo— motivo alguno para confiar en su propio triunfo, excepto los signos de los tiempos. Son optimistas porque parecen fuertes y la Iglesia débil. Pero han prestado poca atención a la historia pasada; sabrían, en caso contrario, que la aparente fuerza en un lado y la aparente debilidad en el otro han constituido siempre el estado del mundo y de la Iglesia; y que esta ha sido una de las principales o tal vez la principal razón por la que los cristianos han esperado el final inminente de todas las cosas: las perspectivas sombrías de la religión”. 


“Así pues, en la práctica, tanto cristianos como incrédulos han adoptado el mismo punto de vista sobre los acontecimientos, aunque han sacado de ellos conclusiones distintas según el propio credo. El cristianismo ha dicho: «todo se presenta tan lleno de desorden que el mundo se acerca a su fin»; el incrédulo ha afirmado: «todo se halla en tal estado de tumulto, que la Iglesia está a punto de desaparecer»; y no hay un gramo más de superstición en una opinión que en la otra.”





Comentarios

Entradas populares de este blog

Dios es siempre nuevo

Alguien a quien mirar

Castellano