Modernidad. Interpretación transpolítica de la historia contemporánea.

 



Augusto Del Noce (1910-1989) es uno de los más agudos pensadores a la hora de analizar los procesos transformadores de la historia contemporánea. Por otro lado, la modernidad es el eje interpretativo de nuestro tiempo y comprenderla es fundamental para saber lo que nos está pasando. Por todo esto, merece la pena leer estas reflexiones de este pequeño libro basado en dos artículos del citado pensador italiano.


Para Giuseppe Riconda estos dos ensayos “contienen in nuce lo esencial del pensamiento de Del Noce”. Lo moderno es pensado como ruptura, tanto en relación con lo antiguo (y medieval) como tránsito de la infancia a la madurez, del mito a la crítica a través de la exclusión de lo trascendente. Esta superación de la trascendencia se entiende como liberación de la humanidad y dominio de la naturaleza. Por contra lo antimoderno se entiende este mismo proceso en sentido negativo: lo que en la modernidad se considera progreso, retroceso, viéndose un proceso de disolución que se ha iniciado con el nominalismo en la escolástica tardía y continuada con el reformismo radical de Descartes y Lutero, para terminar con Nietzsche, siendo la derivación última el ateísmo.


  En el origen de la historia contemporánea hay un hecho filosófico. En ella se despliega una filosofía que busca su propia verificación: es, resumiendo, la idea de la “revolución” que al final acaba sustituyendo a Dios por el hombre en el gobierno del mundo. Para Del Noce el culmen de la modernidad sería el marxismo, que por su propia dinámica conduce a la descomposición, por pretender compaginar utopía y realismo (materialismo histórico).


En el esfuerzo por realizarse, el marxismo pierde el momento dialéctico y cae en la simulación que pretende negar, que no es la situación precedente sin más, sino la situación que, sobre la base del materialismo histórico ha sido devaluada. Es lo que Del Noce llama el “suicidio de la revolución”. Después del fracaso-suicidio del marxismo se impone en Occidente la sociedad tecnocrática, contra la cual el marxismo ya no puede nada. Con la caída del imperialismo soviético sólo le queda el tercer mundo.


 Queda por tanto superada la dualidad conservadurismo-progreso para dar paso a otro esquema social que es la defensa del individuo (persona) en toda su integridad contra el totalitarismo tecnocrático. Es aquí donde cabe retomar la idea de una dimensión metafísica religiosa.


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