En la orilla

 


Puesto que suelo recomendar los libros que publico en este Blog he de hacer una advertencia: me pensado mucho escribir esta crítica. Hay cosas de esta novela que me gustan, como su extraordinaria prosa, cosas que no me gustan como su profundo pesimismo, y cosas que me desagradan como las expresiones soeces, su espíritu antirreligioso (nihilista) y el empeño por provocar al lector. Ya me empieza a cansar el arte provocador. De todos modos aquí estamos, porque valoro a Rafael Chirves como un gran escritor contemporáneo.


Premio Nacional de la Crítica 2014, es una de las más señaladas novelas del autor valenciano. Fue precedida por otra, "Crematorio", en la que el autor describe los alegres años de dispendio colectivo, especialmente en las primera década del siglo XXI, con un trasfondo de especulación que dio lugar a la burbuja inmobiliaria que estalló en España en 2008. “En la orilla” es la continuación, una vez iniciada la resaca de los alegres años del derroche y la especulación. Estamos ante un autor consumado, cosmopolita. 


La narración se establece en una imaginaria población. La prosa es consumada, limpia, redonda, precisa, acerada, pulcra y bella. En el relato se desatan, de manera mansa, caprichosa y banal, las pasiones humanas: la codicia, la prepotencia, el egoísmo exacerbado, la sensualidad más brutal, la gula, la envidia... Nos hace presente una sociedad postmoderna y postcristiana, en la que no asoma un átomo de humanidad, ni hay atisbo de esperanza ni de redención: “el hombre, digan lo que digan curas, políticos y filósofos, no es portador de luz, es siniestro reproductor de sombras. Incapaz de dar vida… Es capaz de matar a destajo. Ese es el máximo poder que puede desplegar un hombre. Quitar la vida”, afirma el autor. 


Los personajes son crueles, casi inhumanos, “porque tengo la seguridad de que no hay ser humano que no merezca ser tratado como culpable”. Se trata, lógicamente, de una despiadada crítica social; pero en la que rezuman planteamientos destructivos y bastante despiadados. Se mezclan varias voces; y en el relato se van deslizando diálogos entrecruzados, diacrónicos, en ida y vuelta, con recovecos, explicaciones, como si de un gran árbol se tratara, con sus distintas ramas. La imagen que le sirve para describir esa sociedad degradada, impúdica, es la de un lago, una marjal, que antaño fue medio de vida y que ahora es un estercolero fangoso, lleno de inmundicia y suciedad, porque los hombres arrojan los trastos inservibles, las basuras hediondas. Es una metáfora que añora, en cierto sentido, los tiempos pasados; aunque los pasados, ciertamente, tampoco fueron confortables, pues su niñez se remonta a la etapa franquista de la postguerra española, en un ambiente triste y sórdido. A lo largo de la novela, en la que van pasando los distintos personajes conectados vitalmente al narrador, se destila un ambiente áspero, herrumbroso, destructivo, errático, irracional e incomprensible, donde la falta de virtudes, de lealtad, de amor y de sacrificio, hace realmente trágico el desarrollo de la novela. En el transcurso de la narración hay escenas y diálogos sensuales amorales.



El pueblo de Olba opera como microcosmos representativo de toda la sociedad, a la que vemos retratada a partir de múltiples voces. Chirbes se sirve de los amigos de Esteban para explicar los años precedentes de burbuja inmobiliaria, pelotazos y corrupción (bien retratados en "Crematorio", su novela anterior, cara A de En la orilla); la colombiana que ayuda en la casa representa la vida de los emigrantes y un áspero infierno matrimonial; el padre de Esteban es el soporte de las opiniones vertidas sobre la enfermedad y la vejez y además representa, aún, la atávica lucha entre las dos Españas. Los empleados de la carpintería que quedan en la calle, cuyas voces se alternan en el relato con la de Esteban, reflejan la rabia del desempleo.

Chirbes ha dicho en una entrevista reciente que “No me gusta tratar al lector como a un gato al que se le pasa la mano a favor del pelo. Hay que pasársela a la contra, para que se levante”. Y lo logra. El universo retratado de sexo y dinero resulta tan desabrido e incómodo y brutal que pierden interés su firme estilo, su estupendo castellano, su intenso ritmo narrativo y, en esta ocasión, la brillante y oportuna imbricación de ambiente físico e historia. Chirbes tiene mucha calidad literaria, es realismo crítico y es simbolismo de los buenos pero es también, o sobre todo, especialmente en esta obra, una pluma que destila básicamente amargura.


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