Oraciones cotidianas que vuelven el mundo del revés


Estupendo acierto de Bruno Moreno al escribir este libro de “oraciones poderosas” que todos los cristianos conocemos pero quizá rezamos con poca fe. unas oraciones tan poderosas habrá que rezarlas “sin atropellamiento, con atención y acompañándolas con el corazón”.


Se trata de oraciones tan sencillas como la Señal de la cruz o el Angelus, tan universales como el Padrenuestro o el Avemaría, a las que podríamos sacar mucho más partido si nos paramos a meditar sobre ellas. La Trinidad que proclamas al hacer la señal de la cruz es el Misterio que ilumina todos los misterios de tu vida, poniendo luz donde reina la oscuridad y esperanza donde solo hay desesperación. ¿Quieres saber para qué existes, de dónde vienes y a dónde vas? Haz la señal de la cruz. ¿Quieres saber por qué existe el mundo? Haz la señal de la cruz. ¿Quieres conocer el sentido de tantos sufrimientos y oscuridades, descubrir la esperanza que no se pasa, tocar con los dedos el verdadero núcleo del ser y la existencia? Haz la señal de la cruz. La señal de la cruz es un signo de que no somos de este mundo, sino que nuestra patria está en el cielo.


Por una paradoja de las que tanto le gustan a Dios, en el sufrimiento del Señor, en la ocultación total de su gloria, es cuando más claramente se manifiesta su divinidad. En la cruz brilla el amor gratuito al enemigo y se revela que Cristo es imagen de Dios invisible, que es verdaderamente el Hijo de Dios. Jesucristo es el único que ha cumplido el Sermón del Monte, que ha amado a sus enemigos hasta dar la vida por ellos, que ha muerto bendiciendo, diciendo bien de los que le mataban, intercediendo por ellos ante el Padre.


Otra oración poderosa es el Rosario. ¿Rezar el rosario es perder el tiempo? Más de una vez me han dicho, con ganas de provocar, que rezar el rosario es perder el tiempo. Tengo que decir, sin embargo, que estoy completamente de acuerdo: rezar el rosario es perder el tiempo. Creo que es algo que los católicos debemos aceptar y yo, por mi parte, cuando voy a rezar el rosario asumo que voy a perder el tiempo y probablemente no sirva de nada. Conviene señalar, sin embargo, que con el rosario se pierde el tiempo en el mismo sentido en que se pierde el tiempo con un amigo. Cuando uno va a ver a un amigo, no lo hace para conseguir algo, como si estar con él fuera un medio para un fin, al estilo de lo que sucede cuando uno acude al dentista para que le saque una muela. 


El rosario es lo mismo: un tiempo perdido junto a Nuestra Señora y a su Hijo. No se reza para conseguir algo, ni siquiera para aprender, hacer méritos o cumplir una obligación, sino ante todo y sobre todo para pasar un rato en buena, buenísima, compañía. La mejor compañía que existe. El rosario, pues, no necesita justificación, no tiene que mostrar resultados, no precisa recompensa y sería una necedad compararlo con actividades que se realizan para lograr un fin extrínseco.


El Angelus responde a una bonita tradición católica. Esta tradición, reflejada en un famoso cuadro de Millet, tiene una profundidad insospechada para el hombre de hoy. No solo era una costumbre tradicional que permitía consagrar el día y el trabajo a Dios, santificándolos, sino que, además, reflejaba un aspecto especial del misterio del ángelus, que fue descrito bellamente por San Bernardo hace casi mil años. El gran santo cisterciense describió de forma singular un momento clave de la anunciación: el instante en que el ángel Gabriel, que ya había llevado su mensaje a la Virgen, se quedó esperando su respuesta, para llevarla al que lo había enviado. Junto al ángel, la creación entera y todos los hombres contuvieron el aliento, temblando a la espera del resultado. 


Aguardaban llenos de emoción todos los santos patriarcas, reyes y profetas de Israel, empezando por “el triste Adán, desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad”, porque sabían que de las palabras de aquella muchacha dependía que se abrieran para ellos las puertas de la Jerusalén celeste. Los coros innumerables de los ángeles esperaban su respuesta para estallar en canciones y dar gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Sería imposible imaginar una escena más poética que esta, con los cielos y la tierra a los pies de una joven muchacha, temblando de emoción y pendientes de sus labios, rogándole: di que sí, María, por favor, di que sí.


En fin, no quiero seguir contando, sino invitar a meditar este libro sabio y piadoso que tanto bien me ha hecho y hará a muchos cristianos.

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