El Corazón de Jesús

 


San Francisco de Sales, obispo y Doctor de la Iglesia, conocido como el santo de la amabilidad, adoptó como norma de vida y de apostolado la actitud fundamental del Corazón de Cristo, esto es la mansedumbre y la humildad. 


Muchas veces debió meditar estas palabras del Señor: “Aprended de mi que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) haciendo de ellas la idea base de la fundación, junto con santa Juana Francisca de Chantal, de la “Orden de la Visitación de Santa María” (1610). Son precisamente las religiosas de esta orden quienes han recopilado los textos de este pequeño libro.


En todos sus escritos resalta el infinito amor que Dios nos tiene, su paciencia y misericordia para con nosotros, y la necesidad que tenemos de corresponder a su amor. En el amor de Dios, dice, tiene origen el amor del prójimo y por ello nos exhorta continuamente al amor, porque el amor es “la vida del Corazón”. En los escritos de san Francisco de Sales abundan los textos en los que habla del Sagrado Corazón de Jesús, tanto en sus cartas y sermones, como en sus libros. A veces se explaya en páginas enteras o a veces sólo es una frase, una alusión que aflora al correr de su pluma… 


En el libro se recogen algunos párrafos ordenados en cinco temas principales: • Dulzura y Humildad. • Espíritu de la Orden de la Visitación. • El amor revelado en la Cruz. • Habitar en su Corazón. La Oración. • Un corazón como el de Dios. Amor al prójimo.


No pueden faltar las citas de su obra más conocida, como es “Introducción a la vida devota”, como ésta sobre las el valor de las cosas pequeñas:


“Al Divino Esposo no sólo le son agradables las grandes obras de las personas devotas, sino también las más pequeñas y las más insignificantes, y que, para servirle según su agrado, hay que tener cuidado en servirle, así en las cosas grandes y elevadas como en las pequeñas y bajas, pues lo mismo con las unas que con las otras, podemos robarle el corazón por el amor. 


Prepárate, pues, Filotea, a sufrir muy grandes aflicciones por Nuestro Señor, y aun el martirio; resuélvete a darle lo que para ti es más preciado, si a Él le place tomarlo: el padre, la madre, el hermano, el esposo, los hijos, tu misma vida, porque para todo esto has de tener dispuesto tu corazón, Pero, mientras la divina Providencia no te envíe aflicciones tan sentidas y tan grandes, mientras no te pida tus ojos, dale a lo menos tus cabellos, es decir, soporta con dulzura las pequeñas injurias, las pequeñas incomodidades, las pequeñas pérdidas cotidianas, porque, con estas pequeñas ocasiones, aceptadas con amor y afecto, ganarás enteramente su corazón y lo harás tuyo.  Aquellas pequeñas limosnas cotidianas, aquel dolor de cabeza, aquel dolor de muelas, aquel romper un vaso, aquel desprecio o aquella burla, el perder los guantes, el anillo o el pañuelo, o la pequeña incomodidad de acostarse pronto y levantarse temprano para ir a comulgar y a rezar, aquel poco de vergüenza que se siente al hacer públicamente ciertos actos de devoción: en una palabra, todos los pequeños sufrimientos, aceptados y abrazados con amor, complacen en gran manera a la Bondad divina, la cual por un solo vaso de agua ha prometido a sus fieles un mar de felicidad, y, como sea que estas ocasiones se ofrecen a cada momento, el aprovecharlas es un gran medio para atesorar muchas riquezas espirituales”. 


O esta otra cita sobre el valor de la Cruz:


“Considera el amor con que Jesucristo ha sufrido en el huerto de los Olivos y en el monte Calvario, Este amor era para ti, y, con todas aquellas penas y trabajos, obtenía de Dios Padre, para tu corazón, las buenas resoluciones y promesas, y, por los mismos medios, todo lo que necesitas para mantener, alimentar, robustecer y consumar estas resoluciones. ¡Oh resolución, qué preciada eres, siendo hija de tal madre, cual es la Pasión de mi Salvador! 


¡Oh, cómo te ha de amar mi alma, pues tan amada has sido de mi Jesús! ¡Ah Señor! ¡Oh Salvador de mi alma! ¡Tú moriste para obtener en mi favor estas resoluciones! Concédeme, pues, la gracia de que muera antes de dejarlas. 

Ya ves, Filotea, cuanta verdad es que el Corazón de nuestro amado Jesús veía el tuyo, desde el árbol de la cruz, y le amaba, y, por este amor, obtenía para él todos los bienes que jamás podrás tener, y entre otros, tus resoluciones. 


Sí, amada Filotea, nosotros podemos decir con Jeremías: «¡Oh Señor!, antes de que yo existiese, Tú me mirabas y me llamabas por mi nombre», como sea que su bondad preparó, con su amor y su misericordia, todos los recursos generales y particulares de nuestra salvación, y, por consiguiente, nuestras resoluciones. Sí, ciertamente: así como la mujer que ha de ser madre prepara la cuna, las mantillas y las fajitas, y además busca nodriza para el niño que espera, aunque todavía no haya venido al mundo, así también Nuestro Señor, después de haberte concebido en su bondad y llevado en sus entrañas, al querer darte a luz para tu salvación y hacerte hija suya, preparó en el árbol de la cruz, todo lo que era menester para ti: tu cuna espiritual, tus mantillas y fajitas, tú nodriza, y todo lo que era conveniente para tu felicidad, a saber, todos los recursos, todos los alicientes, todas las gracias por las cuales conduce tu alma y quiere llevarla hasta la perfección”. 

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