A la espera de Dios

 

La figura de Simone Weil es realmente impactante. Nacida (1919) en una familia judía, pronto abraza el agnosticismo. Dotada de una notable lucidez intelectual y de una tendencia a asumir compromisos radicales, renuncia a su carrera universitaria en el campo de la filología clásica, para sumarse al movimiento obrero trabajando como peón en la fábrica de Renault de París. Al estallar en 1936 la guerra civil española se alistó en las brigadas internacionales en ayuda de la República, experiencia que durará poco. En los años 1937-38 realiza viajes a Asís y Solesmes que supondrán importantes contactos con la experiencia religiosa, en la que seguirá profundizando hasta su prematura muerte en 1943. 


En estos cinco últimos años de su vida profundiza en el estudio de la Sagrada Escritura y descubre la figura de Jesucristo, debatiéndose interiormente sobre la posibilidad de bautizarse, cosa que sólo hará poco antes de su muerte. Sus escritos manifiestan una extraordinaria inteligencia del mensaje cristiano, alcanzando casi cotas místicas. El presente libro recoge tanto cartas como breves ensayos.


Cuenta que, habiendo traducido con un grupo de compañeros el “padrenuestro” del griego se comprometieron a aprenderlo de memoria. “Algunas semanas después, hojeando el evangelio, me dije que, puesto que lo había prometido, debía hacerlo. Y lo hice. La dulzura infinita de aquel texto griego me impresionó de tal modo que durante algunos días no pude dejar de repetirlo incesantemente”.


Más adelante escribe un comentario de la oración que nos enseñó Jesucristo y dice, entre otras cosas:


Danos hoy nuestro pan. Cristo es nuestro pan. No podemos pedirlo sino para el momento presente, pues siempre está ahí, en la puerta de nuestra alma. Quiere entrar, pero no fuerza el consentimiento; si se lo damos, entra; si no, se va de inmediato. No podemos comprometer hoy nuestra voluntad de mañana, no podemos hacer hoy un pacto con él para que mañana se encuentre en nosotros a pesar nuestro. El consentimiento a su presencia es lo mismo que su presencia; es un acto y no puede actual. No nos ha sido dada una voluntad susceptible de aplicarse al porvenir. Todo lo que en nuestra voluntad no es eficaz es imaginario. La parte de la voluntad que es eficaz lo es de forma inmediata su eficacia no es distinta de ella misma. La parte eficaz de la voluntad no es el esfuerzo que se proyecta hacia el porvenir, sino el com sentimiento, el sí del matrimonio. Un si pronunciado instante presente, pero pronunciado como palabra eterna, pues es el consentimiento a la unión de Cristo con la parte eterna de nuestra alma.


Tenemos necesidad de pan. Somos seres que tomamos continuamente nuestra energía del exterior, pues a medida que la recibimos la agotamos con nuestros esfuerzos. Si nuestra energía no es continuamente renovada, nos quedamos sin fuerzas y somos incapaces de cualquier movimiento. Aparte de la comida propiamente dicha, en el sentido literal del término, todo lo que genere un estímulo es para nosotros fuente de energía. El dinero, el progreso, la consideración, las recompensas, la celebridad, el poder, los seres queridos, todo lo que estimula nuestra capacidad de actuar es como el Si una de estas expresiones del apego penetra bastante profunda mente en nosotros, llegando hasta las raíces vitales de la existencia carnal, la privación puede herirnos e incluso hacernos morir. Es lo que se llama morir de pena; es como morir de hambre. Todos estos objetos de apego constituyen, con el alimento propiamente dicho, el pan de este mundo. Depende enteramente de las circunstancias que le demos nuestro acuerdo o lo rechacemos. No debemos pedir nada respecto a las circunstancias, salvo que sean con formes a la voluntad de Dios. No debemos pedir el pan de este mundo.


Hay una energía trascendente cuya fuente está en el cielo y se derrama sobre nosotros desde el momento en que la deseamos. Es real mente una energía y actúa por mediación del alma y el cuerpo. Debemos pedir este alimento. En el momento en que lo pedimos y por el hecho mismo de pedirlo, sabemos que Dios nos lo quiere dar. No debemos aceptar el estar un sólo día sin él; pues cuando las energías terrestres, sometidas a la necesidad de este mundo, son las únicas en alimentar nuestros actos, no podemos hacer y pensar más que el mal. «Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía en la tierra, y en todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo...». La necesidad que nos obliga al mal gobierna todo en nosotros, salvo la energía de lo alto cuando penetra en nosotros. No podemos hacer provisión de ella”.


Libro pues interesante, que invita a profundizar en el pensamiento de esta escritora e corazón cristiano, que describe el arduo camino en busca de una Verdad que acabará encontrando en Jesucristo.


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