¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?


El conocido sociólogo y ensayista Zygmunt Bauman escribió en 2013 este pequeño pero sustancioso ensayo sobre la desigualdad en el mundo. El libro comienza con la conocida cita de San Mateo: “Porque al que tiene, se le dará más y abundará; y al que no tiene, aun aquello que tiene le será quitado” (13, 12).


Comienza con datos abrumadores sobre la creciente desigualdad de la distribución de la riqueza en el mundo. “Un estudio reciente del Instituto Mundial para la Investigación del Desarrollo Económico de la Universidad de las Naciones Unidas afirma que en el año 2000 el 1 por ciento más rico de la población poseía el 40 por ciento de los activos globales, y que el 10 por ciento más rico de la población poseía el 85 por ciento del total de la riqueza mundial. La mitad más pobre de la población adulta mundial poseía por su parte el 1 por ciento de la riqueza global”.


Esta, no obstante, no es más que una instantánea de un proceso en curso. Diariamente aparecen noticias aún peores para la igualdad mundial, y por lo tanto también para nuestra calidad de vida global. Y la situación no hace sino empeorar. «Las desigualdades sociales harían sonrojarse de vergüenza a los inventores del proyecto de la modernidad», concluyen Michel Rocard, Dominique Bourg y Floran Augagner en su artículo «La especie humana, en peligro» publicado en Le Monde el 3 de abril de 2011. En la era de la Ilustración, en tiempos de Francis Bacon, Descartes o incluso Hegel, el nivel de vida en cualquier lugar del planeta nunca llegaba a duplicar al de la región más pobre. Hoy, el país más rico, Qatar, alardea de tener una renta per capita 428 veces más alta que el país más pobre, Zimbabue.


La tenaz persistencia de la pobreza en un planeta dominado por el fundamentalismo del crecimiento económico es suficiente para que el observador se detenga y reflexione tanto sobre los daños directos como sobre los daños colaterales de esta redistribución de la riqueza. El profundo abismo que separa a los pobres sin futuro de los ricos, optimistas, seguros de sí mismos y sin complejos es una buena razón para estar enormemente preocupado. Como advierten Rocard y los otros coautores del mencionado artículo, la primera víctima de esa profunda desigualdad será la democracia, a medida que todos los bienes necesarios, cada vez más escasos e inaccesibles, para la supervivencia y para llevar una vida aceptable se conviertan en objeto de una rivalidad encarnizada (y quizás guerras) entre los que tienen y los que están desesperadamente necesitados.


Estos datos nos llevan a pensar que “una de las justificaciones morales de los defensores del libre mercado ha sido cuestionada cuando no refutada: la que afirma que la persecución del beneficio individual también proporciona el mejor mecanismo para la persecución del bien común”. 


En las dos décadas anteriores al estallido de la última crisis financiera, entre la mayoría de los países de la OCDE, la renta familiar real del 10 por ciento más rico creció mucho más rápido que la del 10 por ciento más pobre. En algunos países, la renta real de la franja más pobre incluso disminuyó. Así pues, las desigualdades en la renta se han ampliado notablemente. «En Estados Unidos, la renta media del 10 por ciento más rico representa hoy 14 veces la renta media del 10 por ciento más pobre».


Por su parte, Jeremy Warner añade: «El aumento de la desigualdad en la renta, aunque obviamente resulta indeseable desde una perspectiva social, no resulta tan importante si todo el mundo se hace más rico a la vez. Pero cuando la mayor parte de los beneficios del progreso económico acaban en manos de un número comparativamente menor de personas que ya tienen unas rentas altas, que es lo que está ocurriendo en la práctica, está claro que hay un problema».


Para afrontar este panorama Bauman trata de desenmascarar creencias que son, según él, responsables de la “pesadilla de la desigualdad social y su crecimiento aparentemente imparable cual metástasis cancerígena”. En el fondo son principios que para muchas mentalidades parecen incuestionables. A saber:


  1. El crecimiento económico es la única manera de hacer frente y de superar todos los desafíos y los problemas que genera la coexistencia humana. En realidad los datos del PIB nos hablan del posible crecimiento de la riqueza pero no dicen nada respecto a la distribución de esa riqueza.
  2. El crecimiento continuo del consumo es la principal manera de satisfacer la búsqueda humana de la felicidad. Caemos en el mismo error: las cosas son medios no fines.
  3. La desigualdad entre los hombres es natural, y adaptarnos a esta regla nos beneficia a todos. Esa concepción piramidal de la sociedad no tiene por qué ser aceptada como natural. Todos tenemos derecho a gozar de igualdad de oportunidades.
  4. La competitividad constituye una condición necesaria y suficiente para la  justicia social. En realidad la competitividad tiene dos caras: el reconocimiento del que se lo merece y la exclusión (de un grupo cada vez mayor) que no se lo merece.



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