Cuaresma con Newman


Encontramos en este volumen una serie de sermones de Newman relacionados con la Cuaresma. Puesto que se trata de un tiempo de preparación para la Semana Santa, es lógico que se incluya un sermón sobre la Cruz, del que copiamos algunos párrafos:


“Para san Pedro, el cristiano podría definirse como “el que ama a Alguien a quien no ha visto. Hablando de Cristo, dice: “a quien amáis sin haberlo visto; y en quien, sin verlo todavía, creéis y os alegráis con un gozo inefable y glorioso” (1 P. 1,8); y también habla de “gustar qué bueno es el Señor” (1 P. 2,3). Si no tenemos verdadero amor por Cristo, no somos verdaderos discípulos suyos; y no podemos amarle, si no sentimos una entrañable gratitud hacia Él; y no podremos sentir la gratitud que le debemos, si no somos vivamente conscientes de lo que Él sufrió por nosotros. Siendo las cosas como son, me parece imposible que alguien tenga un verdadero amor a Cristo sin experimentar tristeza y dolor al pensar en Sus amargos padecimientos, y sin que se sienta culpable de haberlos causado en parte, mediante sus propios pecados”. ​


Sé muy bien, hermanos, y me gustaría que vosotros nunca lo olvidarais, que ese sentimiento no basta; no basta solo con sentir y nada más. Sentir aflicción por los sufrimientos de Cristo y no ir más allá y obedecerle, no es amor verdadero, sino una burla. El verdadero amor siente lo que hay que sentir, y hace lo que hay que hacer. Al igual que tener sentimientos ardientes y no observar luego una conducta religiosa es una hipocresía, así, en el otro extremo, una conducta correcta desprovista de sentimientos profundos es como mucho una forma muy imperfecta de religión. Y en este tiempo del año —la Semana de Pasión y la Semana Santa se nos pide que elevemos el corazón a Cristo y avivemos sentimientos y reflexiones de dolor y vergüenza, compunción y gratitud, amor y tierno afecto, horror y angustia, al repasar aquellos tremendos sufrimientos que fueron el precio de nuestra salvación. ​


Pidamos a Dios que nos dé todas las gracias. Y mientras le pedimos, en primer lugar, que nos haga santos, realmente santos, pidámosle también que nos dé la belleza de la santidad, que consiste en tiernos y vivos afectos hacia nuestro Señor y Salvador. En el caso del cristiano, esa belleza es lo que la hermosura de la persona a la apariencia del hombre: lo que logra que, por la bondad del Señor, nuestras almas alcancen no solo fuerza y salud, sino una especie de floración y encanto; y que, a medida que crecemos en edad, nos hagamos más jóvenes de espíritu, día tras día. ​


Me diréis: ¿cómo se puede aprender a sentir dolor y angustia al pensar en los sufrimientos de Cristo? Contesto: pensando en ellos; o sea, meditándolos. Con la gracia de Dios, eso está al alcance de todos. Cualquiera que medite hondamente la historia de esos sufrimientos, recogidos en el evangelio, poco a poco y con la gracia de Dios, comprenderá el sentido que tienen, caerá en la cuenta, en cierta medida será como si los viera, sentirá que no son solo un relato escrito en un libro, sino una historia de verdad, una serie de acontecimientos que ocurrieron. Es una gran misericordia que este deber del que hablo, aunque tan elevado, esté al alcance de todo tipo de personas, instruidas y no instruidas, si se deciden a llevarlo a cabo. Cualquiera puede pensar en los sufrimientos de Cristo, si lo desea; y sabe bien qué es lo que debe pensar. “No está en los cielos para decir: ¿Quién podrá ascender por nosotros a los cielos a traerlo y hacérnoslo oír, para que lo pongamos por obra? Tampoco está allende los mares para decir: ¿Quién podrá cruzar por nosotros el mar a traerlo y hacérnoslo oír, para que lo pongamos por obra? No. El mandamiento está muy cerca de ti” (Dt. 30,12-14). Muy cerca, porque está en los cuatro evangelios que, al menos hoy por hoy, están abiertos a cualquiera. Todos pueden leer o escuchar los evangelios y al conocerlos sabrán cuanto se necesita para sentir lo que hay que sentir; sabrán todo lo que todos saben, todo lo que Dios ha dicho, todo lo que los santos más grandes han tenido que hacer para llenarse de amor y de fuego divino.



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