Transformar el mundo desde dentro


D. Mariano Fazio explica en este breve libro cómo la tarea de los cristianos conduce a transformar el m mundo convencidos del valor transformador del amor: “¿Cómo podemos transformar el mundo para hacerlo más acorde con los «sueños» de Dios? En las próximas páginas vamos a tratar de responder a esta pregunta. Pero antes de hacerlo, es necesario enunciar una condición previa: para mejorar cualquier realidad es imprescindible mirarla con ojos de amor. Cuando uno ama a una persona con un amor verdadero, la ama con sus defectos y limitaciones. Al mismo tiempo, y precisamente porque su amor es auténtico, le gustaría que la persona amada superase esas limitaciones, o al menos luchase contra esos defectos”.



En esta tarea es fundamental aclarar el significado de “mundo” acude para ello a Juan Pablo II: “La constitución Gaudium et spes abrió a la Iglesia a todo lo que se compendia en el concepto «mundo». Es sabido que este término tiene un doble significado en la Sagrada Escritura. Por ejemplo, el «espíritu de este mundo» (1 Co 2, 12) indica todo aquello que aleja al hombre de Dios. Hoy se podría corresponder al concepto de secularización laicista. Sin embargo, la Sagrada Escritura contrarresta este significado negativo del mundo con otro positivo: el mundo como la obra de Dios, como el conjunto de los bienes que el Creador dio al hombre y encomendó a su iniciativa y clarividencia”.


El siguiente paso es conocer los problemas del mundo en el que vivimos. Acude para ello al papa Francisco en la Evangelii gaudium: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”


Resumiendo concretará en tres los grandes problemas del mundo contemporáneo:


1. Individualismo. ¿Por qué el individualismo amenaza la civilización del amor? La clave de la respuesta está en la expresión conciliar: «una entrega sincera». El individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere, «estableciendo» él mismo «la verdad» de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro «quiera» o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva.


2. Hedonismo. Un segundo desafío que tiene la cultura actual y que es un obstáculo para la vivencia cristiana es el hedonismo. Hedoné en griego significa placer. Entonces, el hedonista es el que absolutiza los placeres, el que quiere tener en esta vida la mayor cantidad y calidad de placer posible. Se ponen todas las esperanzas en el plan de diversión del fin de semana, en el viaje soñado, en el deporte extremo, y se vive la vida ordinaria con aburrimiento,


3. Relativismo. Una tercera enfermedad cultural es el relativismo, muy ligada al individualismo y al hedonismo. El término tiene muchas acepciones, y cobró particular resonancia cuando el cardenal Ratzinger utilizó la expresión dictadura del relativismo en la homilía de la Misa Pro eligendo Pontifice, el 18 de abril de 2005. La esencia de esta postura intelectual consiste en afirmar la imposibilidad de alcanzar una verdad objetiva, ya sea porque esta no existe, o porque es inalcanzable a la inteligencia humana. La verdad, en consecuencia, depende de la propia mirada sobre la realidad, o de las cambiantes circunstancias de acuerdo a la época o a la cultura a las que se pertenezca. Toda afirmación se reduciría a una mera opinión.


Todo ello nos lleva a enfrentarnos  a lo que se llama una auténtico “emergencia social”. “La emergencia social tiene muchas caras: hambre de poblaciones enteras, desempleo, marginalidad, migraciones forzadas, refugiados, trata de personas y un largo etc. En el mundo desarrollado dicha emergencia se manifiesta de otras formas: quizá no hay pobreza material, pero sí la pobreza espiritual que trae consigo la soledad y la indiferencia. También como consecuencia del ambiente relativista, las familias sufren discriminación, millones de niños no llegan a ver la luz del sol, o enfermos terminales son despachados al otro mundo como si fueran una carga. Muchos creyentes son perseguidos por su fe, tanto en la sociedad occidental confesionalmente laicista como en el mundo de los fundamentalismos religiosos: hoy, como siempre, es un tiempo de mártires”.


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