Quién es el hombre


Rialp reedita este libro (7ª Ed.) de Leonardo Polo publicado originalmente en 1991. El estilo del libro aúna todas las características que cabrían esperarse: se mezcla el tono oral con la necesaria precisión docente; funciona como una introducción al pensamiento que trata todo tipo de temas —libertad, moral, familia, sociedad, conocimiento, Dios, lenguaje, economía, magia, religión, mundo moderno, gratitud, virtudes—; salpimentado con digresiones y ejemplos necesarios, y ninguna nota al pie. Polo no plantea el contenido de este libro como un sistema concienzudo, una metodología o un repaso a la historia de los grandes pensadores. 


En ese sentido, el libro tiene mucho de divulgativo, sin ninguna necesidad de citar el canon filosófico desde los presocráticos. Platón, Ockham, Péguy, Heráclito, Aristóteles o Nietzsche aparecen cuando hace falta, no como alarde de erudición. Cierto, por otra parte, que el estilo oral requiere de una lectura pausada, casi premiosa, porque a veces el autor avanza más rápido de lo que le gustaría al lector, que ahora no tiene ocasión de levantar la mano, para preguntar dudas al maestro. Téngase en cuenta que a veces don Leonardo, en clase, se detenía, extasiado en una alguna ingeniosa reflexión, y la ceniza le acababa cayendo en la calva, sin que él se percatase. 


El pensamiento que despliega Leonardo Polo en Quién es el hombre podría definirse como humanismo cristiano desprovisto de programa apologético. Porque habla de Cristo y de la Iglesia con la misma naturalidad con que diserta sobre biología y lenguaje, o sobre Ulises o don Quijote. Al igual que en otras obras, este filósofo presenta un ensayo sin pretensiones de contundencia; más bien, hilvana de manera coherente las principales cuestiones. 


Humanismo cristiano sin pretensiones de propaganda para bosquejar un cuadro armónico y positivo sobre la condición humana, nuestro lugar en el mundo, nuestra relación con la naturaleza, con nuestro cuerpo, con Dios y con los demás humanos. Un compendio de filosofía que evita los tecnicismos y la jerigonza doctrinal. Describe la cultura como proyección o continuación de la naturaleza, y acaba identificando libertad con verdad. Asume que el hombre es un ser problemático —genera y resuelve problemas—, no estático, de modo que su equilibrio es perfectible y en movimiento. Al mismo tiempo, define la sociedad como un juego de suma positiva. 


Al igual que Chesterton, el texto de Polo está repleto de frases rotundas, axiomáticas, con tono inopinado de máxima ciceroniana. «La verdad no tiene sustituto útil»; «El sueldo del cabeza de familia se lo expropia la mujer»; «La libertad no es arbitrariedad»; «La soledad es la muerte de la libertad»; «Describir lo santo en términos religiosos es imposible; lo santo es el silencio»; «La teoría del conocimiento de Platón es muy deficiente»; «Cada uno de nosotros es un nombre que sólo conoce Dios», etc.


José María Sánchez Galera

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