Sólo el amor crea


Fabio Rosini (Roma, 1961) es sacerdote y licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico. Actualmente dirige la pastoral para las vocaciones en la diócesis de Roma. Ha sido capellán de la RAI, e iniciador de un proyecto de catequesis sobre los Diez Mandamientos, de honda difusión, también internacional. Desde hace más de diez años comenta regularmente el Evangelio dominical en la Radio Vaticana.


El libro habla de un modo muy sugerente de las obras de misericordia espirituales, que el autor considera las más características del cristiano. Me ha parecido particularmente conmovedora la reflectora de la historia de José, el hijo de Jacob, sobre la cuestión de perdonar las ofensas. Sus hermanos decidieron matarlo por envidia pero en el último momento lo vendieron como esclavo a unos mercaderes que lo llevaros a Egipto. Así cuenta la Biblia el reencuentro años más tarde:


—“Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios; 5pero ahora no os preocupéis, ni os parezca odioso el haberme vendido aquí, pues Dios me envió por delante para vuestra salvación. Llevamos dos años de hambre dentro del país y todavía quedan cinco años en los que no habrá ni siembra ni siega. Dios me envió delante de vosotros para aseguraros la subsistencia en la tierra, y conservaros la vida mediante una gran liberación. No me enviasteis, por tanto, vosotros aquí, sino que es Dios quien me ha puesto como un padre para el faraón, como señor de toda su casa, y como gobernador de todo el país de Egipto. Daos prisa, subid a donde está mi padre y decidle: «Así dice tu hijo José: Dios me ha hecho señor de todo Egipto, baja adonde estoy yo, sin detenerte; te instalarás en la región de Gosen, vivirás cerca de mí, tú, tus hijos y los hijos de tus hijos; tu ganado mayor y menor, y todo lo que poseas. Yo te mantendré allí, pues todavía quedan cinco años de hambre, para que no perezcas ni tú, ni tu casa, ni nada de lo que posees». Estáis viendo con vuestros propios ojos, y también lo ve mi hermano Benjamín, que os hablo yo personalmente. Contadle a mi padre toda mi gloria en Egipto y todo lo que habéis visto, y daos prisa en bajar aquí con mi padre.


Luego se echó al cuello de su hermano Benjamín y rompió a llorar; Benjamín lloró también abrazado a él. Besó José a todos sus hermanos y lloró abrazado a ellos. Después de esto sus hermanos comenzaron a hablarle” (Gen 45, 5-15).


José ve en toda su historia la Voluntad de Dios. No siente ningún rencor hacia sus hermanos, sino que llora de alegría abrazado a ellos.


Gen 50,17-21: «Así diréis a José: “Por favor, perdona el crimen de tus hermanos y su pecado, pues te hicieron mal”. Ahora perdona el crimen de los siervos del Dios de tu padre». Al hablarle así, José se echó a llorar. Entonces fueron también sus hermanos, se postraron ante él y dijeron: —Aquí nos tienes como esclavos tuyos. José les respondió: —No temáis. ¿Acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros planeasteis el mal contra mí, pero Dios lo planeó para el bien, para hacer, tal como hoy ocurre, que viviera un pueblo numeroso. Ahora, pues, no temáis; yo os alimentaré a vosotros y a vuestros hijos. Y José los consoló hablándoles al corazón”.


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