Erasmo de Rotterdam




En este libro Stefan Zweig nos habla del gran humanista Erasmo de Rotterdam como el primer «europeo consciente de serlo». Para él, Erasmo era el «maestro venerado», al que se sentía unido no solamente en lo espiritual sino sobre todo en el rechazo de toda clase de violencia. Esta «figura de alguien que tiene razón no en el ámbito tangible del éxito sino únicamente en sentido moral» fascinaba a Zweig. La fortaleza de espíritu y la dificultad para decidirse a actuar constituyen el «triunfo y la tragedia» de Erasmo. Stefan Zweig intenta, con su biografía, que Erasmo replique con lo que fue el sentido de su vida: la justicia. Sabe que «el espíritu libre e independiente, que no se deja atar por ningún dogma y que evita tomar partido, no tiene patria en la tierra».


La época en la que vivió no pudo ser más convulsa debido a Lutero.  Durante siglos quedará partido el orbe cristiano y europeo en católicos contra protestantes, gentes del norte contra gentes del sur, germanos contra romanos: en este momento sólo hay una elección, una decisión posible para los alemanes, para los hombres de Occidente: o papistas o luteranos, o el poder de las llaves de San Pedro o el Evangelio. Pero Erasmo —y ésta es su acción más memorable—es el único entre los guiadores de aquella época que se niega a adscribirse a un partido. No se pone del lado de la Iglesia, no se pone del de la Reforma, por estar ligado con ambos bandos: con la doctrina evangélica, ya que por convicción era el primero que la había exigido y fomentado; con la Iglesia católica, por defender en ella la última forma de unidad espiritual de un mundo que se viene abajo. Pero a la derecha hay exageración y a la izquierda hay exageración, a la derecha fanatismo y a la izquierda fanatismo, y él, el hombre inmutablemente antifanático, no quiere servir a una exageración ni a la otra, sino sólo a su norma eterna, la justicia. En vano se coloca como mediador en el centro, y con ello en el puesto de mayor peligro, para salvar, en esta discordia, lo general humano, los bienes de la cultura colectiva; intenta, con sus desnudas manos, mezclar fuego y agua, reconciliar unos fanáticos con otros: cosa imposible, y, por ello, doblemente excelsa. 


Al principio en ninguno de los dos campos se comprende su conducta, y, como habla con suavidad, cada cual confía en poderlo atraer para su propia causa. Pero apenas comprenden ambos que este espíritu libre no quiere prestar acatamiento a ninguna ajena opinión ni proteger ni ayudar a ningún dogma, el odio y el escarnio caen sobre él desde la derecha y desde la izquierda. Como Erasmo no quiere ser de ningún partido, rompe con los dos; "para los güelfos soy un gibelino, y para los gibelinos un güelfo". Lutero, el protestante, maldice gravemente su nombre; la Iglesia católica, por su parte, pone en el índice todos sus libros.


Tras su duro enfrentamiento con Lutero es rehabilitado ante Roma que propone nombrarlo cardenal, pero Erasmo rehusa a ese honor.

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