Ven, Espíritu Creador

Estamos ante una reedición realizada por Monte Carmelo del libro de Raniero Cantalamessa publicado antes como “El canto del Espíritu”.  Se trata de un comentario del “Veni Creator” himno que durante más de mil años ha inspirado la piedad cristiana y cuya autoría se atribuye a Rábano Mauro, Abad de Fulda (Alemania) y Arzobispo de Maguncia.


También este libro pretende ser, en sí mismo, un humilde canto de gratitud y de alabanza al Espíritu, para el nuevo milenio."¡Cantad al Señor un cántico nuevo!", nos dice a menudo la Escritura. ¿Es posible hoy en día cantar al Señor un cántico "nuevo"? Sí, es posible, porque el Él hacer nuevas todas las cosas: su misma presencia es novedad.¡El mismo Espíritu Santo es el cántico siempre nuevo de la Iglesia! El "rejuvenece" todo lo que toca, incluidas las palabras antiguas que los hombres han intentado balbucear sobre Él.

Como todas las cosas que vienen del Espíritu, el Veni creator no se ha desgastado con el uso, sino que se ha enriquecido. Si la Escritura, como dice san Gregorio Magno, «crece a fuerza de ser leída», Veni creator, al igual que otros venerables textos de la liturgia, ha ido creciendo a lo largo de los siglos, a fuerza de ser cantado. Se ha ido cargando de toda la fe, la devoción y el anhelo del Espíritu de las generaciones que lo han cantado antes que nosotros. Y ahora, gracias a la comunión de los santos, cuando lo canta incluso el más modesto coro de fieles, Dios lo escucha así, con esta inmensa «orquestación».

Por todas estas razones, es importante llegar preparados, tras haber «repasado» convenientemente este canto, al momento en que, con él, se invocará al Espíritu Santo sobre el milenio que se abre. Es el objetivo al que pretenden servir las páginas de este libro.


Una expresión típica del himno es referirse al Espíritu Santo como “Dexterae Dei dígitus”. Todos hemos tenido la oportunidad de contemplar, aunque sea en alguna reproducción, el fresco de la creación del hombre, pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina: Dios Padre estirando su brazo derecho y extendiendo su dedo divino hasta casi tocar el dedo de Adán que está reclinado en el suelo y vuelto hacia él. Por un lado, todo es energía y vida; por el otro, todo es inercia, abandono y espera. Es un modo nuevo de representar, en arte, el momento en que, según la Biblia, Dios «sopló» en Adán un hálito de vida, y él, de simulacro inerte de barro, se convirtió en un ser viviente (cfr. Gn 2,7).


Esta imagen es la mejor representación visual que se pueda dar del título «dedo de la diestra de Dios» atribuido al Espíritu Santo. De la imagen del Espíritu como soplo divino pasamos así a la imagen del Espíritu como toque de Dios. En este capítulo vamos a ver cómo hemos llegado a identificar ese dedo extendido de Dios con la persona del Espíritu Santo, pero sobre todo vamos a descubrir que, si queremos, hoy podemos ser nosotros ese Adán débil y «tumbado en el suelo» que estira su dedo esperando recibir de Dios energía y vida.

Hay una profunda intuición teológica en esta imagen del Espíritu como toque de la diestra de Dios. Quiere decir que el Espíritu Santo es el «lugar» donde Dios encuentra a la criatura, donde la Trinidad se extiende fuera de sí misma (ad extra); donde Dios «se sale» de sí mismo para comunicarse al mundo. El Espíritu Santo es aquel que hace posible un cierto «contacto espiritual» con lo divino. Esta idea alcanzará su dimensión más profunda e interior en los místicos, que utilizarán la imagen táctil y afectiva del «toque beatísimo del Espíritu Santo», para indicar una de las maneras más fuertes con las que Dios se comunica al alma. Pero, también de esta forma, procede de la definición bíblica del Espíritu Santo, como «dedo de Dios». Dice un conocido místico:

«El espíritu humano es elevado a la unión con el Espíritu de nuestro Señor y cada uno de los dos espíritus toca al otro con amor... El toque es obra divina, la fuente desbordante de toda gracia v de todo don, y es el último intermediario entre Dios y la criatura».

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