Topología de la violencia



En el presente ensayo, Byung-Chul Han (Seúl, 1959) presenta un sugerente diagnóstico sobre la forma de violencia más extendida en nuestros días. Retoma aquí un tema ya tratado en otros ensayos como “Psicopolítica”. Frente a la “violencia negativa” de épocas anteriores, cuya ejecución era visible e iba orientada a la prohibición o la dominación del otro, Han denuncia la “violencia de la positividad”, cuya raíz está en el narcisismo del que adolece la sociedad contemporánea. En épocas premodernas el súbdito estaba bajo el dominio del soberano con poder sobre la vida o la muerte; en la época tardomoderna el hombre es soberano de sí mismo y ejerce la violencia sobre sí mismo. 
En síntesis podemos encontrar el núcleo de la argumentación en estos párrafos:
“El sujeto de obediencia está sometido a una instancia de dominación que lo explota. La «explotación», que según Foucault forma parte del poder soberano, es una explotación por parte de otro. A diferencia del sujeto de obediencia, el sujeto de rendimiento es libre, puesto que no está sometido a nadie. Su constitución psíquica está definida por el poder, no por el deber. Él debe ser el señor de sí mismo. Su existencia está regida por la libertad y la iniciativa, no por mandamientos y prohibiciones”.

“El imperativo del rendimiento transforma la libertad en una coacción. En el lugar de la explotación ajena aparece la autoexplotación. El sujeto de rendimiento se explota a sí mismo hasta desmoronarse. En este sentido, la violencia y la libertad son lo mismo. La violencia se dirige a uno mismo. El explotador es el explotado. El verdugo coincide con la víctima. El “burnout” es la forma de aparición patológica de esta libertad paradójica. De todo esto se sigue que la violencia de la positividad es más traidora que la violencia de la negatividad, puesto que esta se ofrece como libertad”. 

“El «estruendo de la batalla» no ha enmudecido. Pero se origina en una batalla singular, una batalla sin dominación ni enemistad. Se libra una guerra con uno mismo, uno se violenta a sí mismo. Ya no proviene del mecanismo  mecanismo penitenciario, sino del alma del sujeto de rendimiento. Paradójicamente, la nueva prisión se llama libertad. Se parece a un campo de trabajo forzado, donde uno está prisionero y a la vez es el vigilante. La sociedad premoderna de la soberanía está habitada en su interior por la violencia de la decapitación. Su medio es la sangre. La sociedad moderna disciplinaria es, todavía más, una sociedad de la negatividad. Está dominada por una coacción disciplinaria, por la «ortopedia social». Su forma es la deformación. Pero ni la decapitación ni la deformación pueden definir la sociedad de rendimiento tardomoderna. Está gobernada por una violencia de la positividad, que no permite distinguir entre libertad y coacción. Su manifestación patológica es la depresión”.

Han analiza, pues, las derivas de esta sutil forma de violencia en diferentes escenarios sociales. En el trabajo ya no se da una sana competencia con el otro: el “sujeto de rendimiento compite consigo mismo y cae en la compulsión destructiva de superarse a sí mismo”. En esta misma línea, muchas mujeres se sienten inclinadas a someterse a procedimientos como la cirugía estética o los implantes para seguir siendo competitivas en el mercado del sexo. 
Topología de la violencia es un ensayo con algunas intuiciones muy lúcidas, aunque el discurso telegráfico y en ocasiones repetitivo de Han corta las alas de lo que podría ser un texto de mayor calado. El autor retoma temas de títulos anteriores. Tal vez la tesis más jugosa del libro sea aquella que señala la ausencia de lo sagrado como causa última de la disolución de los límites y, por tanto, de la violencia del exceso.

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