Una invitación a leer… mejor



En este ensayo Rafael Tomás Caldera, miembro de la Academia Venezolana de la Lengua, nos brinda interesantes reflexiones sobre la lectura.

Sugerente la valoración de las relecturas. El autor parte de la convicción de que "si vale la pena leer algo, vale la pena releerlo". Antes que nada, sin duda, para asimilar mejor lo que se nos dice allí. Es usual la experiencia de entender a medias, es decir, de entender ciertamente lo que leemos pero, al mismo tiempo, sentir que se contiene en el texto mucho más de lo que nosotros captamos ahora. Por eso digo «sentir». Es como palpar la profundidad, la densidad de lo que leemos. Y ello, a la vez que nos invita a una mayor reflexión, nos anuncia que hay mucho más que debemos comprender. Un gran lector y crítico como T. S. Eliot podía decir: «Sé que alguna de la poesía a la cual tengo mayor devoción es poesía que no comprendí en la primera lectura; alguna es poesía de la cual no estoy seguro que comprenda todavía: por ejemplo, Shakespeare»[ 11]. Se podría pensar que eso toca solo a la poesía, donde se llega a un máximo de objetivación, de fusión de sonido y sentido, lo que hace de las palabras más que símbolos, casi objetos. De hecho, no se puede explicar un poema: «Explicar un poema —escribe Raïssa Maritain—, incluso el más claro de los poemas, es abolir su poesía. Y el sentido que se saca de él al explicarlo no es ya el sentido del poema. El sentido del poema es una sola cosa con su forma verbal». Pero igual ocurre con las novelas y, ciertamente, con las obras de pensamiento (...)
Puede decirse que los grandes libros —las obras duraderas—crecen con nosotros. Uno es el libro que leemos en la adolescencia o al comienzo de nuestros años en la universidad; otro es ese mismo libro leído años después, cuando la vida nos ha hecho experimentar situaciones diversas y el corazón ha empezado a madurar sus afectos más profundos. Encontramos así que, quienes ya lo han vivido, nos insisten en que volvamos sobre aquellos textos, donde podremos hallar lo que, faltos de experiencia o de madurez, no podíamos haber visto en nuestra primera lectura.
Leer bien es la clave, no leer mucho. Leer bien, sobre todo, lo que merece ser leído que, como enseñaba aquél buen profesor, vale la pena leerlo al menos dos veces.

También es oportuna la cita de Arturo Uslar Pietri. Decía justamente: «no aprender a expresarse es salir de la educación mudo y aislado». Con ello, a continuación centraba el problema en la lengua. Porque, como bien anota, «la lengua es mucho más que un instrumento, es el medio de pensar y entender. Quien no sabe expresarse bien, no puede pensar bien. Es la precisión de la palabra empleada la que lleva a la precisión del concepto y el matiz del conocimiento».

Es una intuición fundamental. Desde el primer momento, cuando el niño comienza a hablar, hay un esfuerzo y como una tendencia espontánea al dominio de la lengua. Se multiplican las preguntas y, al recibir el estímulo de respuestas articuladas, satisfactorias para su sed de entender, el niño insiste con gozo en un juego que no es otra cosa que el ejercicio de una inteligencia en pleno despertar.

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