El Evangelio reencontrado
Alessandro Pronzato nos anima a ver el Evangelio con ojos nuevos, lejos de toda rutina o acostumbramiento, como medio para aquilatar nuestra vida cristiana. En el fondo toda renovación en la vida de la Iglesia es una cuenta a la pureza de los orígenes.
Charles de Foucauld escribe en una carta dirigida al canónigo Caron: «Volvamos al Evangelio; si no vivimos el Evangelio, Jesús no vive en nosotros. Volvamos a la pobreza, a la sencillez cristiana...». Hoy tendemos a lamentar el hecho de que muchos se han alejado de la Iglesia y les hemos colgado una etiqueta: ta: los alejados. Ni siquiera sospechamos que también nosotros pertenecemos a esa categoría, porque nos hemos «alejado» del Evangelio. Hemos emprendido caminos nos diversos, hemos tomado atajos peligrosos, desviándonos de la línea de marcha. Tal vez con la intención de «quemar etapas», nos hemos lanzado en direcciones equivocadas. Es preciso volver al punto de partida (en el lenguaje deportivo se dice que después de las salidas «nulas» hay que volver a los «tacos de salida»).
También nos lamentamos de que hay mucha gente «ajena» a la Iglesia. Y no nos damos cuenta de que nosotros nos estamos haciendo «ajenos» al Evangelio. Vemos enemigos por todas partes. Y tal vez nos los inventemos. Sin un enemigo no podemos vivir, no podemos decir que somos cristianos. Privados de un blanco al que apuntar, ya no sabemos qué hacer. Recuperamos nuestra identidad -bastante artificial-solamente si reconocemos un enemigo común al que combatir. Parece que sin un enemigo no tenemos ya nada que decir. Nos hemos hecho especialistas en denuncias más que en anuncios. Deberíamos llevar una «buena noticia» y no se nos ocurre nada mejor que llevar cartas de acusación, protestas, reprobaciones, invectivas, recriminaciones.
No nos damos cuenta de que los enemigos del cristianismo nismo somos nosotros. Dice también que llevar cartas de acusación, protestas, tas, reprobaciones, invectivas, recriminaciones. No nos damos cuenta de que los enemigos del cristianismo nismo somos nosotros. Dice también Charles de Foucauld: «El peligro está en nosotros, y no en nuestros enemigos. Nuestros enemigos solo pueden hacer que obtengamos victorias. El mal podemos recibirlo únicamente de nosotros mismos. El remedio está en volver al Evangelio: esto to es lo que todos necesitamos».
Otro aspecto interesante es la “visibilidad de la Iglesia”. La Iglesia es la visibilidad de la acogida del Padre. Se podría decir también que «la Iglesia es la visibilidad de la justicia de Dios que es acogida del pecador». Ahora bien, si esto es así, «todas las estructuras de la Iglesia, si quiere ser fiel a la cruz, tienen que reflejar la gratuidad con la que Dios es justo, es decir, su misericordia y su acogida». La acogida es cuestión de pobreza Entre los numerosos debates del Concilio Vaticano II, el de la pobreza de la Iglesia y la Iglesia de los pobres fue sin duda el más delicado y... embarazoso. No es casual que hoy haya quedado casi totalmente olvidado. Lamentablemente, de aquel debate han quedado pocas huellas. Una de las más significativas es la que encontramos en el capítulo 8 de la constitución “Lumen gentium”. Es interesante notar cómo el tema tratado es el de la visibilidad de la Iglesia, que aparece estrechamente vinculado al misterio del Verbo encarnado, en una dimensión específica de pobreza. Así:
«Como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, de la redención en pobreza y persecución, de igual modo la Iglesia está destinada a recorrer el mismo camino a fin de comunicar los frutos de la salvación a los hombres. Cristo Jesús, "a pesar de su condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios" (Flp 2,6) y "siendo rico, co, por nosotros se hizo pobre" (2 Co 8,9); así también la Iglesia, aunque necesite de medios humanos para cumplir plir su misión, no fue instituida para buscar la gloria terrena, sino para proclamar la humildad y la abnegación, también con su propio ejemplo.» (LG, 8)
Cristo fue enviado por el Padre a "llevar la Buena Noticia a los pobres y poner en libertad a los oprimidos" (Lc 4,18), para "buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), así también la Iglesia abraza con su amor (amor circumdat) a todos los afligidos por la debilidad humana, más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente, se esfuerza en remediar mediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo.
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