Pensamientos sobre el rostro de Jesús



En este volumen de Pensamientos del papa Benedicto XVI se recogen algunas reflexiones del Santo Padre sobre el Rostro de Cristo, sobre Jesús Rostro de Dios, sobre el Rostro de la Pasión y sobre el reflejo que este Rostro produce sobre nuestras vidas, sobre nuestras acciones, para que nuestra imagen pueda conformarse más y más con aquellos divinos trazos y así nuestra forma de ser cristiano pueda ser más profunda y manifestarse mejor. En un entorno como el de hoy desbordado de imágenes, el Rostro de Cristo que el papa Benedicto ofrece y señala continuamente para nuestra contemplación expresa una figura esencial a cuya construcción debemos contribuir con toda y durante toda nuestra vida. Muchas veces el Papa asume la invitación del salmo a «buscar siempre su rostro» (cfr. Sal 104, 4) y el comentario de san Agustín que subraya lo inagotable de esta búsqueda y su prolongación en la eternidad: de hecho, cuanto más entremos en el esplendor de este rostro «tanto más grandes serán nuestros descubrimientos, tanto más hermoso será avanzar y saber que la búsqueda no tiene fin y que por tanto encontrar no tiene fin, es decir, es eternidad: la alegría de buscar y a la vez de encontrar» (Discurso, 21-8-2005). 

En este camino de profundización y búsqueda, la otra relación importante y decisiva que pone en evidencia Benedicto XVI es aquella por la que Jesús manifiesta el Rostro del Padre, pues es la «revelación» de su Rostro el que nos hace conocer cómo es el Padre: «Dios no es un desconocido, una hipótesis tal vez del primer inicio del cosmos. Dios tiene carne y hueso. Es uno de nosotros. Lo conocemos con su rostro, con su nombre. Es Jesucristo» (Discurso, 7-2-2008). La líneas de este rostro permiten vislumbrar los trazos del rostro de Dios, nos revelan el rostro misericordioso, «el Rostro del perdón y del amor, el Rostro del encuentro con nosotros» (Discurso, 22-2-2007). El Dios de la Revelación no es un Dios cualquiera, frío lejano, como el dios de los filósofos, sino un Dios que por amor se inclina sobre el hombre dejándose herir a su vez para curar sus heridas.

"San Agustín tiene unas reflexiones estupendas sobre la invitación del salmo 104 «Quaerite faciem eius semper», «Buscad siempre su rostro». Explica que esa invitación no vale solamente para esta vida, sino también para la eternidad. El descubrimiento del «rostro de Dios» no se agota jamás. Cuanto más entramos en el esplendor del amor divino, tanto más hermoso es avanzar en la búsqueda, de modo que «amore crescente inquisitio crescat inventi», «en la medida en que crece el amor, crece la búsqueda de Aquel que ha sido encontrado» (Enarr. in Ps. 104, 3). Esta es la experiencia a la que también nosotros aspiramos desde lo más hondo de nuestro corazón". Angelus, 28-8-2005

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