Poder y dinero


 Michele Zanzucchi es director de la revista italiana “Città Nuova” y autor de más de 20 libros. “Poder y dinero” muestra la importancia que otorga el Papa Francisco a la economía. En el Prólogo el Papa afirma:“La economía es un componente vital de cualquier sociedad, que determina en gran parte la calidad del vivir e incluso del morir, y contribuye a que la existencia humana sea digna o indigna. Por eso ocupa un lugar importante en la reflexión de la Iglesia, que mira al hombre y a la mujer como personas llamadas a colaborar con el plan de Dios mediante el trabajo, la producción, la distribución y el consumo de bienes y servicios”

Uno de los aspectos más inquietantes de la economía actual es lo que Zanzucchi describe bajo el epígrafe “Amos sin rostro”. El poder de las finanzas, a pesar de estar muy difundido, es invisible ¿Quién conoce a esos rentistas? Fondos de pensiones internacionales, fondos de inversión, fondos soberanos, rinden a sus poseedores decenas de miles de millones al año, y mientras tanto no hay dinero para curar y dar trabajo a los pobres, y no se ve a quién pertenecen estos fondos, quién es su amo.

Es precisamente la invisibilidad la que sostiene este poder, y lo hace más poderoso aún, lo que lleva a las finanzas a condicionar duramente la política. Por ejemplo, el mercado de armas está en manos de poderes invisibles que condicionan el poder político, y esto lleva incluso a desencadenar guerras que sirven de mercado para misiles, bombas y toda clase de armamento.

Cuesta entender quien es el amo de este tipo de comercio, porque los propietarios son relativamente pocos, aunque sean miles y estén dispersos por el mundo; en muchos casos ocultos en los entresijos de la especulación bancaria, sin un rostro humano, sólo jurídico. Lo que sí hay es un administrador que gestiona estos fondos, pero, por definición, él mismo es precario y ordena algo informe, anónimo, siguiendo la estrategia de un poder mucho más oscuro.

Hasta los años ochenta, si el trabajador no estaba de acuerdo con el propietario, llegaba quizá a oponérsele incluso físicamente, porque el patrón era bien identificable y visible, y se podían enumerar sus responsabilidades y sus intereses directos en la conducción de la empresa (…) El tema de la renta, de la especulación y de las finanzas opacas, toca muy directamente el tema del poder. Recientes análisis afirman que en los últimos cincuenta años la rentabilidad de las finanzas ha superado a la del trabajo en la producción de bienes: la inversión financiera rinde más que la industrial o la agrícola y esto no parece un buen camino.

No menos interesante es todo aquello que se refiera a las relaciones entre economía y democracia.
El poder financiero de unos pocos nos lleva inevitablemente al tema de la relación entre democracia y economía. Actualmente, -afirma M. Zanzucchi- sobre todo en los países más ricos, aumenta el problema de la escasa participación de los ciudadanos en la vida común, sin la cual no se puede hablar de democracia. Según la doctrina de la Iglesia no basta con una democracia puramente formal, fundada en la transparencia de los procesos electorales, sino que hace falta una democracia que sea participativa y respetuosa con los derechos humanos.

 Después de la caída del totalitarismo comunista y de otros muchos regímenes totalitarios –dirá Juan Pablo II en 1991-, “asistimos hoy al predominio, no sin contrastes, del ideal democrático junto con una viva atención y preocupación por los derechos humanos. Pero, precisamente por esto, es necesario que los pueblos que están reformando sus ordenamientos den a la democracia un auténtico y sólido fundamento, mediante el reconocimiento explícito de estos derechos. Entre los principales hay que recordar: el derecho a la vida, del que forma parte integrante el derecho del hijo a crecer bajo el corazón de la madre, después de haber sido concebido; el derecho a vivir en una familia unida y en un ambiente moral, favorable al desarrollo de la propia personalidad”.

Consideremos también problemas vinculados a la reglamentación de la economía por parte de la política, pensemos, por ejemplo, en la quiebra de grandes empresas. Estos desplomes no son asuntos que afecten exclusivamente a los propietarios, cuando una empresa con diez o veinte mil trabajadores cierra sus puertas la política termina implicándose. Pensemos en los grandes bancos de inversión como caso Lehman Brothers en 2008: las consecuencias de su quiebra son tan graves que el Estado tiene que intervenir con enormes fondos. El derroche de recursos públicos es impresionante, siendo al final los contribuyentes los que pagan por la avaricia o la mala gestión de unos pocos.

¿Cabría pensar en órganos de control más representativos de la sociedad civil o crear organismos éticos capaces de regular la actividad de las grandes empresas? Urge revitalizar la democracia para que la sociedad civil no sea siempre la que paga los platos rotos.

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