Palabras de la vida interior



La vida interior forma parte de la entraña de todo hombre. Tal vez por ello, en una época dominada por la apariencia, la exterioridad y la imagen, se añoran determinadas palabras que son capaces de recuperar la autenticidad, la frescura y la libertad de las cosas y las personas que forman nuestro mundo.

Enzo Bianchi nos ofrece aquí sabrosas reflexiones sobre palabras con las que descender hasta las profundidades de su ser y dotar de sentido su existencia. Transmitidas de la boca al oído, acogidas en el corazón, meditadas y puestas en práctica, palabras como «paciencia», «escucha», «meditación», «ascesis», «silencio», «comunión», «alegría», entretejen un verdadero abecedario de la vida interior que busca la transformación de la persona concreta y de su realidad cotidiana.
Sugerente reflexión, por ejemplo, la que ofrece sobre la paciencia. La paciencia es una prerrogativa divina, Dios es magnánimo, constante, paciente, “lento a la ira”. Para un cristiano la paciencia es “capacidad de ver y de sentir con magnanimidad”, es decir, el arte de acoger y vivir lo inacabado. En este segundo aspecto la paciencia se revela necesariamente como humilde: lleva al hombre a reconocerse como inacabado, y en este sentido se convierte en paciencia con uno mismo; además reconoce que las relaciones con los otros son frágiles e imperfectas, por tanto se estructura como paciencia con los otros.
La paciencia es la virtud de una Iglesia que espera al Señor, que vive responsablemente el “todavía no” sin anticipar el fin y sin erigirse a sí misma como el fin último del designio de Dios. Rechaza la impaciencia tanto del fanatismo como de la ideología, y recorre la vía fatigosa de la escucha, de la obediencia y de la espera en relación con los otros y con Dios, para construir la comunión que es posible, histórica y limitada, con los otros y con Dios. La paciencia es atención al tiempo del otro (entendido como proceso), en la plena conciencia de que el tiempo se vive en plural, con los otros, convirtiéndolo en acontecimiento de relación, de encuentro, de amor.
Muy interesante también la reflexión sobre la idea de “comunión”. El concepto de comunión es uno de los más utilizados en la teología actual, pero no siempre es fácil de entender. Dios en su ser es comunión, el Espíritu es Espíritu de comunión y Cristo es cabeza de un cuerpo que es la Iglesia. Comunión es la vida trinitaria divina, vida hecha de escucha, intercambio y donación recíprocos entre las personas divinas. 
Sien do constitutiva de la vida divina, la comunión es esencian también para la Iglesia. Si no se plasma su rostro en la historia como rostro de comunión, la Iglesia se reduce a organización sociológica y ya no es la Iglesia de Dios. La Iglesia ha recibido el mandato de ser lugar de la superación de todas las barreras y discriminaciones culturales y sociales, lugar de la diversidad reconciliada, de las diferencias integradas mediante la comunión.
Así, “la Iglesia no sólo es reflejo de la comunión dinámica de las personas divinas, sino icono de la humanidad reconciliada, imagen del cosmos redimido, profecía del Reino. Justamente esto es lo que debe manifestar toda Eucaristía, corazón de la comunión. En la comunión la Iglesia se juega la obediencia a la vocación recibida de Dios y el cumplimiento de su testimonio y misión en el mundo”.
Estas y otras reflexiones hacen muy recomendable la lectura del libro de Enzo Bianchi.

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