El misterio de la felicidad


Miguel D’Ors nació en Santiago de Compostela en 1946, hijo del jurista Álvaro D’Ors y nieto del pensador Eugenio D’Ors. Miguel, además de poeta, es doctor en Filosofía y Letras, especializado en Filología Románica, por la Universidad de Navarra donde trabajó como profesor entre 1969 y 1979. Hoy es profesor de Literatura Española en la Universidad de Granada y está considerado por la crítica especializada como uno de los referentes básicos de la poesía española contemporánea, destacando su dominio técnico de las formas y su certera ironía con la que trata los temas que le son más personales: el paso del tiempo, la infancia sus paisajes y personajes, la cotidianeidad en el amor, la recreación de los sueños imposibles, la sensación de fracaso personal... Sus poemas están traducidos al inglés, francés, portugués, alemán, ruso y polaco.

Si no me equivoco “El misterio de la felicidad” (2009) es la tercera Antología que se publica de sus poemas. Antes vieron la luz “Punto y aparte” (1992) y “Poesías escogidas” (2001).

Según Ana Eire leer a Miguel D’Ors es viajar a través de muchos asuntos, es una “poseía accesible, amena llena de humor, ironía, emoción y sorpresas (…) con una ligereza engañosa: “tiene la limpieza de lo clásico aunque está cargada del peso –tremendo- de la modernidad”.

La palabra felicidad está muy gastada y es fácil dar por hecho que la entendemos, cosa que el autor trata de desmitificar en “Contraste”:

Ellos que viven bajo los focos clamorosos
del éxito y poseen
suaves descapotables y piscinas
de plácido turquesa con rosales
y perros importantes
y ríen entre rubias satinadas
bellas como el champán,
                                   pero no son felices,

y yo que no teniendo nada más que estas calles
gregarias y un horario
oscuro y mis domingos baratos junto al río
con una esposa y niños que me quieren
tampoco soy feliz.

Tampoco la vida es fácil de entender. Sus poemas son una especie de ejercicio de anti-narcisismo como vemos en “Raro asunto”:

Raro asunto la vida: yo que pude
nacer en 1529,
o en Pittsburg o archiduque, yo que pude
ser Chesterton o un bonzo, haber nacido
gallego y d’Ors y todas esas cosas.

Raro asunto
que entre la muchedumbre de los siglos,
que existiendo la China innumerable,
y Bosnia, y las cruzadas, y los incas,
fuese a tocarme a mí precisamente
este trabajo amargo de ser yo
.


O en “Ca mino de imperfección”:

Joven,
yo era un vanidoso inaguantable.
'Esto va mal', me dijo un día el espejo.
'Tienes que corregirte'.
Al cabo de unas semanas era menos vanidoso.
Unos meses después ya no era vanidoso.
Al año siguiente era un hombre modesto.
Modestísimo.
Uno de los hombres más modestos que he conocido.
Más modesto que cualquiera de ustedes,
o sea
un vanidoso inaguantable
viejo.

Sus metáforas son delicadas: “La mariposa es hija/ de una flor y un aplauso”. Aunque de pronto surge con acentos épicos y dramáticos como en “Lecciones de Historia”:

II
La segunda mitad del siglo XX
no tuvo Dios ni dioses, ni siquiera
un poste de colores como Caballo Loco,
que ser menos salvaje que hombre blanco.

Y vino lo que vino:
si Dios no existe, el hombre es un fosfato
(un fosfato que vota, miren qué delicado).

Si Dios no existe -déjense de bromas-
no existen argumentos contra el horno
crematorio, el Gulag, la clínica asesina,
la bomba de neutrones, las Brigadas
Rojas, los Mao-Tse-Tung...
Si Dios no existe ¿quién me dice a mí
que no me cague en todos los restantes fosfatos?
Si Dios no existe, sálvese quien pueda.


La segunda mitad del siglo XX
llevó la compasión a un grado alejandrino.

Para ayudar al viejo de lentos sufrimientos,
nada tan tierno como asesinarlo.

Para que no haya niños de mirada famélica,
eliminar los niños.

Durante la segunda mitad del siglo XX
el crimen fue la forma más sublime
de la filantropía.


La segunda mitad del siglo XX
proclamó la bandera de la paz y la vida:
la vida de Mick Jagger,
la vida de Alí Agca, la de Charles
Manson, la de Bokassa,
la de José Rodríguez, son sagradas;
la vida de las focas y la de las sequoias
y hasta la vida de los vietnamitas
son sagradas, etcétera...
Muy bien, señores,
pero mientras el Universo se llenaba
de palomitas rosas, mientras todos ustedes
hacían el amor y no la guerra,
en cada útero un Auschwitz, un Dachau, un Stalin,
un Führer, un Vietnam, un Paracuellos,
un negro y fiero y ciego bombardeo.
Todo legal, no sufra, todo a cargo
de la Seguridad Social, naturalmente.

Cinco, veinte, sesenta millones, ochocientos
millones de personas -Dios lleva cuenta exacta-
asfixiadas, quemadas, trituradas
(con absoluta higiene y música ambiental
para que nadie diga).
Yo he escuchado sus llantos diminutos,
he visto sus milímetros de espanto,
sus deditos de leche desvalida
moviéndose en el cubo funerario.

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