El corazón



Dietrich von Hildebrand (1889-1977) pasó su vida entre Italia y Alemania hasta que tuvo que emigrar a Estados unidos huyendo de la persecución nazi. Discípulo de Husserl se convierte al catolicismo en 1914. La presente obra es una reivindicación de los sentimientos. Frente a algunas posturas filosóficas que infravaloran la afectividad, von Hildebrand demuestra la importancia del corazón entendido como el yo real de la persona.

Toda acción del alma y del cuerpo está influida por el corazón. “El corazón en el sentido más amplio del término, es el centro de esta esfera. El papel determinante que desempeña en la persona humana  se nos revela claramente después de este breve análisis de la esfera afectiva. La afectividad (con el corazón como su centro) juega un papel específico en la constitución de la persona como un mundo misterioso y propio, y está indisolublemente conectado con los movimientos más existenciales  de la persona y con el yo”

Para comprender la naturaleza del corazón, debemos darnos cuenta de que, en muchos aspectos, el corazón constituye el YO real de la persona más que su intelecto o su voluntad.


En la esfera moral, es la voluntad quien posee la última palabra; aquí, lo que cuenta por encima de todo, es nuestro centro espiritual libre. El verdadero yo lo encontramos primariamente  en la voluntad. Sin embargo, en muchos otros terrenos, es el corazón, más que la voluntad o el intelecto, el que constituye la parte más íntima de la persona, su núcleo, el yo real. Esto sucede así en el ámbito del amor humano: el amor conyugal, la amistad, el amor filial y paterno. Aquí el corazón es el verdadero “yo” no sólo porque el amor es esencialmente una voz del corazón; lo es también en la medida  en que el amor apunta directamente al corazón del amado, quiere tocar su corazón y llenarlo de felicidad. Sólo entonces sentirá que ha logrado llegar al verdadero yo de su amado

Además, cuando amamos a una persona y deseamos que nos corresponda, lo que queremos es que sea su corazón lo que nos llame. En la medida en que sólo “decide” querernos y conformar su voluntad a nuestros deseos, nunca creeríamos que poseemos su verdadero yo. En la medida en que nos demos cuenta de que los favores que nos otorga, sus atenciones y sacrificios, proceden exclusivamente de una voluntad buena, sabemos que no poseemos realmente al amado porque no poseemos su corazón.

Si, por el contrario, el corazón del amado rebosa de deseo por nosotros, de alegría ante nuestra presencia, de deseo de unión espiritual, entonces el amante se siente satisfecho, porque se da cuenta de que posee el corazón del amado, pero sentirá que no posee su alma cuando el amado sólo corresponda a su amor con la voluntad.

El corazón constituye también el verdadero núcleo del yo cuando contestamos a la pregunta ¿es una persona verdaderamente feliz? si una persona sólo desea ser feliz, o se limita a constatar con su entendimiento que debería considerarse feliz, en realidad no lo es todavía. La felicidad solo se puede experimentar con el corazón, que representa, por encima de la inteligencia y de la voluntad, el verdadero núcleo de la persona.


La existencia de una dimensión profunda del alma que no cae bajo nuestro dominio, como sucede  con los actos volitivos, es algo característico del carácter creado del hombre. El hombre es más grande y más profundo que las cosas que puede controlar su voluntad libre; su ser alcanza profundidades misteriosas  que van mucho más allá de lo que él puede engendrar o crear. Probablemente, nada expresa mejor esta realidad que la verdad de que Dios está más cerca de nosotros que nosotros mismos. Y esto se aplica no sólo al nivel sobrenatural sino también, de modo análogo, a la esfera natural.

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