Fundamentos de Antropología


 Este libro de Ricardo Yepes ha sido muy importante en una etapa de mi vida. En torno a los primeros años del siglo XXI tuve que dar unas clases de Antropología Filosófica en cursos de verano y este manual fue mi primera tabla de salvación. Después he vuelto a él en repetidas ocasiones comprobando que se trata de un libro verdaderamente útil para todo aquél que esté interesado en conocer lo que es el hombre, o mejor, “quién es el hombre”. El autor, discípulo de Leonardo Polo, ofrece una visión asequible del tema que resulta interesante no sólo para los filósofos. Es por esto que he querido incluirlo en esta lista de “mis libros releídos”.


Muchos son los temas que podríamos reseñar aquí. En primer lugar quiero referirme a lo que denomina, siguiendo a Polo, los radicales personales, que serían como una especie de “trascendentales” metafísicos (en el sentido aristotélico) pero aplicados al hombre: perfecciones de las que participamos, en mayor o menor medida, todos los hombres.

En este tema debemos intentar esbozar un elenco de los radicales personales, que también podemos llamar trascendentales (esto es, una perfección pura de la que participan muchos). Radical es palabra derivada de raíz, y se intenta aludir con ella al núcleo personal, no a las hojas de sus manifestaciones. Debe entenderse por radicales esos rasgos nucleares de la persona humana, que son distintos aspectos que se pueden describir de su núcleo personal. No se trata, por tanto, de asuntos pertenecientes a la esencia humana, sino su acto de ser abordado desde diversos ángulos. No son asuntos, pues, de los que la persona humana dispone, sino aspectos de quien ella es. Tales radicales están presentes es toda persona, no sólo en las humanas. También en los ángeles y en las personas divinas. Son perfecciones más puras que las de los transcendentales metafísicos. Sigo en este elenco al Prof. POLO, L., Antropología Trascendental; Presente y futuro del hombre, Madrid, Rialp, 1993, último capítulo, etc.

Radicales personales son esos rasgos que caracterizan el corazón humano, es decir, de lo distintivo de las personas como personas. Luego, en los siguientes temas, nos centraremos un poco más en cada uno de esos rasgos. Debemos abordar, pues, aquellas características nucleares de la persona humana interrelacionadas entre sí de tal modo que si falta una faltan todas; que sin una de ellas uno no es persona. Llegados a esta cumbre de la antropología hay que sostener que esto es axiomático, es decir, que estamos ante un asunto verdadero que no tiene vuelta de hoja. Más aun, que la persona es lo estrictamente axiomático. 

Hasta el momento hemos estudiado la naturaleza humana y la esencia del hombre, es decir, lo propio de la especie humana. ¿Qué queda? Pues queda saber acerca de lo que es superior, y por eso irreductible, a lo específico: la persona. "Ningún hombre agota la especie, la esencia del hombre –si la agotara no habría más que una sola persona humana– pero a la vez ninguna persona está por completo al servicio de la especie, porque no es inferior a ella" . La esencia del hombre es incrementable indefinidamente. Ningún hombre la puede saturar. Por tanto, ningún humano, ni tampoco la totalidad de ellos, coincide con la humanidad. La perfecta humanidad es superior a la totalidad de los hombres. Pero también, ningún hombre se reduce, se subordina, a la humanidad, porque la esencia, aun perfecta, es inferior a la persona, al acto de ser. 

¿"Yo", "sujeto", "persona" significan lo mismo?

La respuesta al enunciado que encabeza este epígrafe es negativa. El “yo” es la puerta de la intimidad personal, de la persona, pero no es la persona. Conozco el yo, pero no quien soy. Si fueran lo mismo cada quien se autoconocería enteramente, asunto que no sucede y no está en manos del hombre. La persona es más que el yo; no se reduce a él. Buscar la identidad de uno en el yo es el mayor despropósito posible para una persona, porque el yo no es persona. Con ello, uno no se encuentra como quien es en el yo y, por tanto, pierde su carácter personal. Si uno afirma cada vez más su yo, se obtura como persona y se cierra a su intimidad y a la trascendencia. Ceder a la autoafirmación del yo es pactar con la peor ignorancia posible, porque en ese presentar esencial la persona, el ser, no comparece. Al no comparecer se empieza a sospechar que es incomprensible para sí mismo y pierde de vista a Dios. Se produce el extrañamiento de la persona en su yo. Pero como el yo no es la persona, no es la libertad. Si uno se ata a él se esclaviza a ese molesto inquilino. 

El yo no es el acto de ser que se es, es el puente entre el acto de ser y las manifestaciones humanas. El yo es el centro de donde manan mis manifestaciones, pero no el quien íntimo, irreductible, quien soy. El yo lo forma la persona cuando no se mantiene en su altura. Fosiliza un constructo que no es su vida personal. Por estos derroteros constructivistas ha deambulado también la Filosofía Moderna con la noción de “sujeto”. 

En efecto, “sujeto” es denominación moderna para designar al hombre, no a cada quien, a la persona, pues esto último es tácito en la mayor parte de los autores que pertenecen a la modernidad. “Sujeto” tiene una marcada connotación de fundamento; una especie de sustantivización del hombre, es decir, una visión del hombre que lo concibe como independiente, separado, base de sus actuaciones, etc. Sin embargo la persona no es así. Es abierta en relación personal. Lo propio del sujeto moderno parece ser el existir. Pero “ex -sistere” connota permanencia al margen de la relación personal; denota una suficiencia vital; un ser en sí. Sin embargo, de la persona es mejor decir que co-existe-con. La persona es el quien. El sujeto moderno no es ningún quien; no es ni fulanito ni menganito; no es persona ninguna, sino un supuesto, una sustancia clásica decorada con rostro humano.


"Según el pensamiento cristiano, el hombre es ante todo persona. Como la persona es lo decisivo en él, todos los diversos aspectos de lo humano vendrán marcados por el ser personal" (L. POLO).

Nuestra cultura ha ido descubriendo paulatinamente la importancia de la persona humana. La fuente última de la dignidad del hombre es su condición de persona. Este concepto apunta a lo que constituye el núcleo más específico de cada seer humano. Intentaremos hacer una descripción antropológica de este núcleo.

Los radicales que definen a la persona serían:

1. la intimidad
Cada persona tiene un "dentro" que sólo conoce uno mismo. El conocimiento intelectual y el querer, por ser inmateriales, no son medibles orgánicamente: son interiores. Sólo los conoce quien los posee, y se comunican fundamentalmente mediante el lenguaje. En ese sentido decimos que cada persona encierra un "misterio". La intimidad es, pues una "apertura hacia dentro" del hombre.

Esta la intimidad tiene dos características:
a) es un "dentro" que crece. El ser personal está llamado a crecer continuamente.
b) es único (original) e irrepetible. Es una fuente de realidades inéditas. 

La característica más importante de la intimidad es que no es estática, sino algo vivo, fuente de cosas nuevas, creadora: siempre está como en ebullición, es el núcleo del que brota el mundo interior. 
Ninguna intimidad es igual a otra, cada una es algo irrepetible e incomunicable: nadie puede ser el "yo" que yo soy. La persona es un absoluto, en el sentido de algo único.
La persona es la respuesta a la pregunta ¿quién eres? No es un que sino un quien.


2. la manifestación de la intimidad
Toda novedad que brota de dentro tiende a salir fuera. Por eso la persona tiene siempre una necesidad de apertura al exterior, hacia los demás. La persona es un ser que se manifiesta, en "ser capaz de hablar" y de expresar el mundo interior.

Dice Hanna Arendt:
Con la palabra y el acto nos insertamos en el mundo humano y esta inserción es como un segundo nacimiento(...) Su impulso surge del comienzo que se adentró en el mundo cuando nacimos, y al que respondemos comenzando algo nuevo por nuestra propia iniciativa (...) Este comienzo no es el comienzo de algo sino de alguien: el principio de la libertad se creó al crearse el hombre (La condición humana, Paidós, Barcelona 1993, p.201).

La manifestación de la intimidad se realiza a través del cuerpo, del lenguaje, de la acción. El cuerpo no se identifica con la intimidad de la persona, pero a la vez no es un añadido que se pone al alma: yo soy también mi cuerpo, la persona es corporal, el cuerpo no es una especie de "prótesis" del "yo".

La vergüenza y el pudorson una reacción natural en defensa de la intimidad, es resistencia a hacer público lo que no es público. El pudor se refiere a todo lo que es propio de la persona, que forma parte de su intimidad. Esa tendencia espontánea a proteger la intimidad de miradas extrañas envuelve también al cuerpo, por eso la persona se viste y a la vez, curiosamente, suele dajar al descubierto su rostro (parte máximamente expresiva del cuerpo) que manifiesta su identidad personal (se oculta el rostro cuando se quiere ocultar la identidad por hacer algo malo -ladrones- o por representar un papel -máscaras-)

3. capacidad de diálogo
El dominio sobre la propia intimidad está unido a la capacidad de apertura a los demás, cosa que se realiza en primer lugar mediante el diálogo con otra intimidad. Una persona sola no podría manifestarse, ni dialogar, ni darse, por lo que quedaría por completo frustrada.

Es llamativa la necesidad de dialogar que tiene la persona. La condición dialógicaes manifestación de su condición estrictamente social o comunitaria. Es un ser "constitutivamente dialogante". La falta de diálogo suele ser lo que arruina toda forma de convivencia humana (matrimonio, familia, instituciones, etc.).

Se puede decir que no hay un "yo" sin un "tú": la persona sola no existe como persona, porque ni siquiera se conocería a sí misma. La conciencia de uno mismo sólo se alcanza mediante la intersubjetividad (CHARLES TAYLOR). Toda educación verdadera debe basarse en un proceso de diálogo constante.

4. la libertad
La libertad y su manifestación indican que el hombre es dueño de ambas, y al serlo es principio de sus actos, poor lo que el ser libre es un constitutivo esencial del ser personal. El hombre es el animal que se caracteriza porque en el origen de sus actos hay una capacidad de hacer de sí lo que quiere.

La persona es libre porque es dueña de sus actos y principio de sus actos. Al ser dueña de sus actos también lo es de su destino y de su vida. Lo voluntario es lo libre.

5. capacidad de dar
Mostrar lo que uno es o lo que a uno se le ocurre es un medo de empezar a darlo. La persona humana tiene un modo de ser efusivo: es capaz de sacar de sí lo que tiene (y lo que es) para darlo. Esto se ve especialmente en la capacidad de amar. Dice Tomás de Aquino que "el amor es el regalo esencial" en el sentido de que es el darse total del amante al amado.

El hombre es un ser con capacidad de tener y de dar. Esto significa que "se realiza como persona" cuando extrae algo de su intimidad y lo entrega a otra persona como valioso y ésta lo recibe como suyo. Esto tiene mucho que ver con el uso de la voluntad que conocemos como amor.

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