El amor se aprende


 
 Benedicto XVI es un pensador cristiano fiel a la tradición agustiniana, por lo que tiene una visión de la familia que no parte de ideas abstractas, sino de la experiencia vital que camina hacia el horizonte de la eternidad. El presente libro, elaborado con una selección de textos del Papa Benedicto XVI nos ofrece una visión que parte del diseño amoroso de Dios y toma forma de un viaje que se inserta en la historia de la salvación. 

La primera cuestión es cómo se aprende el arte de amar. “El amor no hay que aprenderlo como se aprende, por ejemplo, a tocar el piano o a manejar un ordenador. Si me permite la expresión, hay que co-aprenderlo siempre en las distintas cosas. Como es lógico, también se aprende de personas ejemplares. Primero de los padres, que son ejemplo y guía para uno mismo y en los que se ve correctamente realizada la persona. Más tarde se aprende en los encuentros que la vida le facilita a uno. Se aprende de una amistad, de una labor que le una a los demás, de un cometido. Lo importante es no buscarse a sí mismo por encima de todo, sino experimentar el camino del darse y, en consecuencia, del correcto recibir.”

Particularmente interesantes me parecen las reflexiones sobrela familia, el noviazgo y el matrimonio:
“Como novios estáis viviendo una época única que abre a la maravilla del encuentro y permite descubrir la belleza de existir y de ser valiosos para alguien, de poderos decir recíprocamente: tú eres importante para mí. Vivid con intensidad, gradualidad y verdad este camino. No renunciéis a perseguir un ideal alto de amor, reflejo y testimonio del amor de Dios. ¿Pero cómo vivir esta etapa de vuestra vida, testimoniar el amor en la comunidad? Deseo deciros ante todo que evitéis cerraros en relaciones intimistas, falsamente tranquilizadoras; haced más bien que vuestra relación se convierta en levadura de una presencia activa y responsable en la comunidad. No olvidéis, además, que, para ser auténtico, también el amor requiere un camino de maduración: a partir de la atracción inicial y de «sentirse bien» con el otro, educaos a «querer bien» al otro, a «querer el bien» del otro. El amor vive de gratuidad, de sacrificio de uno mismo, de perdón y de respeto del otro”. 

“Queridos amigos, todo amor humano es signo del Amor eterno que nos ha creado y cuya gracia santifica la elección de un hombre y de una mujer de entregarse recíprocamente la vida en el matrimonio. Vivid este tiempo del noviazgo en la espera confiada de tal don, que hay que acoger recorriendo un camino de conocimiento, de respeto, de atenciones que jamás debéis perder: sólo con esta condición el lenguaje del amor seguirá siendo significativo también con el paso de los años. Educaos, también, desde ahora en la libertad de la fidelidad, que lleva a custodiarse recíprocamente, hasta vivir el uno para el otro. Preparaos a elegir con convicción el «para siempre» que connota el amor: la indisolubilidad, antes que una condición, es un don que hay que desear, pedir y vivir, más allá de cualquier situación humana mutable. Y no penséis, según una mentalidad extendida, que la convivencia sea garantía para el futuro. Quemar etapas acaba por «quemar» el amor, que en cambio necesita respetar los tiempos y la gradualidad en las expresiones; necesita dar espacio a Cristo, que es capaz de hacer un amor humano fiel, feliz e indisoluble. 

La fidelidad y la continuidad de que os queráis bien os harán capaces también de estar abiertos a la vida, de ser padres: la estabilidad de vuestra unión en el sacramento del matrimonio permitirá a los hijos que Dios quiera daros crecer con confianza en la bondad de la vida. Fidelidad, indisolubilidad y transmisión de la vida son los pilares de toda familia, verdadero bien común, valioso patrimonio para toda la sociedad. Desde ahora, fundad en ellos vuestro camino hacia el matrimonio y testimoniadlo también a vuestros coetáneos: ¡es un valioso servicio! Sed agradecidos con cuantos, con empeño, competencia y disponibilidad os acompañan en la formación: son signo de la atención y de la solicitud que la comunidad cristiana os reserva. No estáis solos: sed los primeros en buscar y acoger la compañía de la Iglesia”.

Todo esto implica una reflexión también sobre la sexulidad:

“De hecho, la Iglesia considera la sexualidad una realidad central de la creación. En ella la persona está conducida al Creador en su máxima cercanía, en su suprema responsabilidad. Con ello participa personal y responsablemente en las fuentes de la vida. Cada individuo es una criatura de Dios, y al mismo tiempo un hijo de sus padres. Por este motivo existe en cierto modo una interrelación entre la creación divina y la fertilidad humana. La sexualidad es algo poderoso, y eso se ve en que pone en juego la responsabilidad por un nuevo ser humano que nos pertenece y no nos pertenece, que procede de nosotros y sin embargo no viene de nosotros. A partir de aquí, creo yo, se entiende que dar la vida y responsabilizarse de ello más allá del origen biológico sea algo casi sagrado. Por estos motivos heterogéneos la Iglesia también ha tenido que desarrollar lo que los diez mandamientos esbozan y nos dicen. La Iglesia tiene que proyectar una y otra vez esa responsabilidad sobre la vida humana.”

El libro no elude temas difíciles como la doctrina de la Iglesia sobre la anticoncepción:

“Palabra clave: crecimiento de la población. A la Iglesia se le reprocha que, con su rigurosa política de prohibición de medios anticonceptivos en el Tercer Mundo, está provocando graves problemas que llegan basta la auténtica miseria.”

“Esto es un completo disparate, por supuesto. La miseria se produce por el colapso de la moral, que antes ordenaba la vida en las organizaciones tribales y en la comunidad de los cristianos creyentes, excluyendo de ese modo la enorme miseria que contemplamos hoy. Reducir la voz de la Iglesia a la prohibición de anticonceptivos es un desorden grave basado en una visión del mundo completamente trastornada, como demostraré enseguida. ”

La Iglesia predica sobre todo la santidad y la fidelidad del matrimonio. Y cuando su voz es escuchada, los hijos disponen de un espacio vital en el que pueden aprender el amor y la renuncia, la disciplina de la vida recta en medio de cualquier pobreza. Cuando la familia funciona como ámbito de fidelidad, existe también la paciencia y respeto mutuos que constituyen el requisito previo para el uso eficaz de la planificación familiar natural. La miseria no procede de las familias grandes, sino de la procreación irresponsable y desordenada de hijos que no conocen al padre y a menudo tampoco a la madre y que, por su condición de niños de la calle, se ven obligados a sufrir la auténtica miseria de un mundo espiritualmente destruido. Por lo demás, todos sabemos que hoy la rápida propagación del sida en África está provocando justo el peligro opuesto: no la explosión demográfica, sino la extinción de tribus enteras y la despoblación de muchas regiones.

Por otra parte, cuando pienso que en Europa se pagan primas a los agricultores por matar a sus animales, por destruir trigo, uva, frutas de todo tipo, porque al parecer ya no se puede controlar la superproducción, me parece que esos sabios ejecutivos, en lugar de aniquilar los dones de la creación, harían mejor en reflexionar cómo conseguir que redundasen en provecho de todos.”

“No generan la miseria aquellos que educan a las personas para la fidelidad y el amor, para el respeto a la vida y la renuncia, sino los que nos disuaden de la moral y enjuician de manera mecánica a las personas: el preservativo parece más eficaz que la moral, pero creer posible sustituir la dignidad moral de la persona por condones para asegurar su libertad, supone envilecer de raíz a los seres humanos, provocando justo lo que se pretende impedir: una sociedad egoísta en la que todo el mundo puede desfogarse sin asumir responsabilidad alguna. La miseria procede de la desmoralización de la sociedad, no de su moralización, y la propaganda del preservativo es parte esencial de esa desmoralización, la expresión de una orientación que desprecia a la persona y no cree capaz de nada bueno al ser humano.”


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