Virtudes y vicios del mercado


El profesor de Política y Justicia en Harvard Michael Sandel utiliza el término “sociedad de mercado” para definir la sociedad actual y el riesgo de dejarse llevar en la toma de decisiones por un sólo criterio: el económico.
Esta idea de fondo es la que encontramos también en el libro del profesor Luigino Bruni: las palabras y conceptos del mundo de los negocios se están convirtiendo en las virtudes de toda la vida social. Hoy tienen plena vigencia en nuestra sociedad ideas como mérito, eficiencia, competitividad, productividad, excelencia o liderazgo. A falta de otros valores fuertes capaces de fundamentar otra cultura, las virtudes de la empresa se presentan como las únicas que merece la pena reconocer. Pero para vivir bien es necesario crear valor no sólo económico. El bien común es mayor que el bien generado en solo en la esfera económica.
Siempre ha habido y sigue habiendo virtudes esenciales para la buena formación del carácter de las personas, virtudes previas a las económicas, que parecen ser las que predominan en nuestra sociedad (mérito, eficiencia, competencia, crecimiento, éxito, rentabilidad, etc.). La mansedumbre, la lealtad, la humildad, la misericordia, la generosidad, hospitalidad, etc. son lo que podríamos llamar virtudes pre-económicas. Cuando están presentes hacen que también las virtudes económicas funcionen. Es posible vivir sin ser especialmente eficientes ni particularmente competitivos, pero no se puede vivir, o se vive muy mal, sin compasión, sin generosidad, sin esperanza, sin misericordia.
Un mundo habitado sólo por virtudes económicas -dice Luigino Bruni-  plantea preguntas que exigen respuestas: ¿qué hacemos con los que no tienen méritos? ¿y con los que no son excelentes? No todos tenemos los mismos méritos y los mismos talentos. No todos somos capaces de “triunfar” en la competición de la vida. La economía tiene sus propias respuestas a estas preguntas: el que no es competitivo sale fuera del mercado. Pero si la esfera económica invade toda la esfera social ¿dónde irán los que “salgan” perdedores? ¿quién habrá “fuera” para recibir a los que no progresan según los indicadores de gestión empresarial?
El único escenario posible sería constituir una “sociedad del descarte”. Pero no dejamos de ser personas con dignidad aunque no tengamos méritos o los hayamos perdido, aunque seamos más ineficientes o menos competitivos. El "economicismo" nos muestra aquí una de sus principales lacras: no tenemos menos dignidad por tener menos méritos.
El predominio de las “virtudes” del mercado lleva no pocas veces a la disminución de las verdaderas virtudes morales. La compasión (padecer con), por ejemplo, es una de las virtudes más valiosas, es saber y querer compartir el dolor ajeno. La compasión es el mejor antídoto contra la envidia, sentimiento alentado por nuestra cultura de la competitividad.
La compasión se basa en otras cualidades que deberíamos fomentar si queremos crecer como personas., por ejemplo la atención. Nunca cultivaremos la compasión si no estamos atentos a la persona que pasa a nuestro lado. Para vivir la compasión hay que miraral otro, la persona compasiva pasa por el mundo mirando y haciéndose cargo de los problemas ajenos. El mejor reglo que se puede hacer a un hijo es ayudarle a aumentar su capacidad de compasión. La compasión lleva a la misericordia, no es debilidad - como diría Nietzschesino grandeza. El misericordioso es capaz de ver con más profundidad y de actuar con verdadera fuerza moral. No podemos ser misericordiosos sin sufrir por la injusticia y el mal que nos rodea. Es bueno sufrir con indignación y rabia por los niños muertos de asfixia en un camión o ahogados en el mar. La misericordia es el mejor antídoto contra la indiferencia (dureza de corazón) y contra la “meritocracia” (soberbia comparativa). Alguien dijo una vez “bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia”, el mismo que validó la “regla de oro” de toda ética: “trata a los demás como te gustaría que te traten a ti”.

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