La voz a ti debida


 
Esta es una de mis relecturas poéticas preferidas. Quizá es la obra más conocida de Pedro Salinas. El título de la obra –tomado de un verso de Garcilaso de la Vega- nos muestra la intención del autor, que no es otra que la renovación de la literatura clásica española. No en vano se conoce a la Generación del 27 como el Siglo de Plata de la literatura española.

Se ha dicho que para Salinas, la poesía representó un modo de acceder a la esencia de las cosas y de las experiencias vitales. Salinas es para mí el poeta del amor. El tema central a lo largo del libro es el del amor. Salinas es, como Garcilaso de la Vega en el siglo XVI, Bécquer en el XIX o Aleixandre en el XX, uno de los grandes poetas amorosos de la literatura españolaDel amor a la vida, de identificar el amor y la vida.

Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos, me está viviendo. 

Del amor como forma de vivir y de sentirse viviente con todas las consecuencias:

No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar. Me estoy sintiendo vivir cuando me dueles
no en ti, ni aquí, más lejos:
en la tierra, en el año
de donde vienes tú,
en el amor con ella
y todo lo que fue.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que sólo fue un pretexto
mío para vivir.

Un amor que alcanza hondura metafísica: “Yo no puedo darte más.
No soy más de lo que soy”
y que se percibe como una llamada (o “vocación”):
¡Si me llamaras, sí;
si me llamaras! 

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría;
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Una llamada a sacar lo mejor de sí y de la persona amada:
Perdóname por ir así buscándote
tan torpemente, dentro
de ti.
Perdóname el dolor, alguna vez.
Es que quiero sacar
de ti tu mejor tú.
Ese que no te viste y que yo veo,
nadador por tu fondo, preciosísimo.
Y cogerlo
y tenerlo yo en alto como tiene
el árbol la luz última
que le ha encontrado al sol.
Y entonces tú
en su busca vendrías, a lo alto.
Para llegar a él
subida sobre ti, como te quiero,
tocando ya tan sólo a tu pasado
con las puntas rosadas de tus pies,
en tensión todo el cuerpo, ya ascendiendo
de ti a ti misma.
Y que a mi amor entonces le conteste
la nueva criatura que tú eras.
Un amor que se entiende como don, puro regalo:
Regalo, don, entrega?
símbolo puro, signo
de que me quiero dar.
Qué dolor, separarme
de aquello que te entrego
y que te pertenece
sin más destino ya
que ser tuyo, de ti,
mientras que yo me quedo
en la otra orilla, solo,
todavía tan mío.
Cómo quisiera ser
eso que yo te doy
y no quien te lo da.
Cuando te digo:
“Soy tuyo, sólo tuyo”,
tengo miedo a una nube,
a una ciudad, a un número
que me pueden robar
un minuto al amor
entero a ti debido.
¡Ah!, si fuera la rosa
que te doy; la que estuvo
en riesgo de ser otra
y no para tus manos,
mientras no llegué yo.
La que no tendrá ahora
más futuro que ser
con tu rosa, mi rosa,
vivida en ti, por ti,
en su olor, en su tacto.
Hasta que tú la asciendas
sobre su deshojarse
a un recuerdo de rosa,
segura, inmarcesible,
puesta ya toda a salvo
de otro amor u otra vida
que los que vivas tú.


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