Diario de oración


Entre enero de 1946 y septiembre de 1947 Flannery O’Connor escribió un diario que contenía una serie de “cartas dirigidas a Dios” . Comenzó a escribirlo al cumplir veintiún años, al instalarse en Iowa City para realizar sus estudios universitarios.
Encontramos aquí confidencias íntimas de una joven madura, culta e inteligente; la confirmación de su vocación literaria y una sorprendente profundidad espiritual manifestada con una sencillez que cautiva. Teme que estos apuntes caigan en manos que no los sepan interpretar. Abre su alma y suplica: “No quiero estar condenada a ser mediocre en mis sentimientos hacia Jesús. Quiero sentir. Quiera amar. Tómame querido Señor y ponme en la dirección en la que deba ir”.
Me parece muy interesante la reflexión sobre el amor que hace el 4 de mayo:
“Freud y Proust han situado el amor en lo humano y no vamos a cuestionar donde lo han puesto; sin embargo, tampoco se tiene que definir el amor como lo hacen ellos, sólo como deseo, porque eso excluye el Amor Divino, que, aunque también puede ser deseo, es otro tipo de deseo que está fuera del hombre y puede elevarlo. El deseo del hombre por Dios está asentado en su inconsciente y busca satisfacción en la posesión física de otro ser humano”.
“Este apego a los aspectos sensuales es necesariamente pasajero y se desvanece, puesto que es un pobre sustituto de lo que el inconsciente busca. Cuanto más consciente se vuelve el deseo de Dios, más satisfactoria es la unión con la otra persona, porque la inteligencia entiende esa relación con referencia a un deseo mayor, y si esa inteligencia está presente en las dos partes, la fuerza motriz hacia el deseo de Dios se vuelve doble y consigue parecerse más a Dios”.
“El hombre moderno, que vive al margen de la fe, de la posibilidad de convertir su deseo de Dios en un deseo consciente, se ahoga en su propio planteamiento, que ve el amor físico como un fin en sí mismo. De ahí que lo sentimentalice, se regodee y luego lo trate con  cinismo. O al concebirlo sin una finalidad mayor, el deseo decepcione una vez satisfecho (…) La perversión es el resultado final de la rebelión contra el amor sobrenatural. El acto sexual es un acto religioso y cuando ocurre sin Dios es una burla, o como mucho, un acto vacío. Proust tiene razón en que solo perdura el amor que no se satisface”.
Lástima de la brevedad de este libro, pero, en cualquier caso, como dice Javier Cercas, es un buen complemento a sus Cartasy Ensayos


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