La Misa, vida ofrecida

La Eucaristía, fuente y culmen de toda vida cristiana, es el gran tesoro de la Iglesia. El cardenal Albert Vanhoyerecorre en este libro los diversos momentos y aspectos de la celebración eucarística, comentando su significado teológico – espiritual. Un libro que ayuda a descubrir la riqueza de la Misa para vivirla más intensamente.
Particularmente me han parecido sumamente interesantes las reflexiones que hace en torno a la idea de “sacrificio”, que lejos de ser una categoría obsoleta y negativa, se muestra como la pieza clave para entender la vida de Jesús y del cristiano:
En la Plegaria Eucarística III de la Misa pedimos que el Espíritu Santo haga de nosotros “una ofrenda permanente” para gloria de Dios. Pedimos ser transformados en sacrificio por el Espíritu Santo. Este es el sentido de la Misa y de toda la vida cristiana.
Debemos entender que la idea de sacrificio es una idea positiva. Nosotros no pedimos que el Espíritu Santo nos destruya, sino que nos vivifique y nos santifique. Pedimos que el Espíritu Santo nos conduzca a la participación de la vida de Cristo resucitado. Esto significa convertirse en sacrificio. Más que de sacrificio habría que hablar aquí de santificación, porque el término sacrificio ha recibido con frecuencia un significado negativo. 
Sólo Dios puede santificar, transformar de modo positivo. El sacrificio es una obra que nosotros no podemos realizar por nosotros mismos. Podemos ofrecer para el sacrificio, pero no podemos llevar a cabo el sacrificio en el sentido propio de la palabra, porque el sacrificio es una acción divina (sacrum-facere) no un acto humano. Sacrificar significa “hacer sagrado”, “hacer santo”, y eso no lo podemos hacer nosotros.
La institución de la Eucaristía no es solo la institución de un rito. Es verdad que, en cierto sentido, el “Haced esto en memoria” (Lc 22, 19) comporta la instauración de un nuevo rito, pero la Cena es mucho más: ha sido verdaderamente el don que Jesucristo hizo de sí mismo “por todos” mientras vivía.
Nuestra atención se ha dirigido con frecuencia –y no sin motivo- a la “transustanciación” misteriosa del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Pero el gesto que El hizo en la Cena provoca un cambio todavía más radical. Al tomar el pan, al tomar el vino y decir “Esto es mi Cuerpo que se entrega por vosotros… Esta es mi Sangre derramada por vosotros”,Jesús transformó su muerte. Hizo de ella un don. De la ejecución capital de la que era víctima impotente hizo de modo anticipado una ofrenda libre que le abre a la resurrección y a la vida. 
Su sacrificio consiste no en la muerte, sino en la transformación de la muerte. Jesús fue hacia la muerte no voluntariamente: “nadie me quita la vida, sino que yo la doy libremente” (Jn 10, 17). Anticipadamente, el don que El hace de su muerte cambia su sentido: el fracaso y la escandalosa injusticia de su muerte se transforma en apertura a la vida. En la ofrenda de Jesús, la muerte deja de ser un término fatal, un paso hacia la nada, y se convierte en el acto libre por medio del cual Jesús “pasa de este mundo al Padre” (Jn 13, 1).

Comentarios

Entradas populares de este blog

Dios es siempre nuevo

Alguien a quien mirar

Castellano