El viaje de Jesús y el nuestro


 El tema del viaje y el camino es dominante en la obra de Lucas. Toda la vida de Jesús se nos presenta como un “viaje” hacia Jerusalén. La vida cristiana sería como acompañar a Jesús en ese caminar.
Bruno Forte desgrana en esta obra tres meditaciones centradas en pasajes del evangelio de Lucas el relato de la visita de María a Isabel después de la Anunciación, el viaje de Jesús camino de Jerusalén y el encuentro con los dos discípulos de Emaús que permiten entender la experiencia cristiana como un «viaje», un «camino». La narración de Lucas nos hace comprender qué significa el camino del Señor junto a nosotros y cómo Jesús, como compañero de viaje, difunde su mensaje sobre la resurrección hasta los confines de la tierra para que recibamos la Salvación en nuestros corazones y en nuestras vidas.
Lucas nos anima a caminar con Cristo considerándonos peregrinos hacia la Ciudad celestial en seguimiento de Jesús crucificado y resucitado. John H. Newman en 1832 escribió un poema que relata la búsqueda de la luz plena de la fe:
Guíame, Luz amable,
En la oscuridad que me rodea,
¡guíame Tú!
La noche está oscura, 
Y yo estoy lejos de casa,
¡guíame Tú!
Sostén mis pies vacilantes:
No pido ver el horizonte lejano,
Un solo paso es suficiente para mí.
Nunca he estado así,
Ni he rezado para que Tú me guiaras.
Me gustaba elegir
Y escrutar yo mi camino,
Pero ahora ¡guíame Tú!
Me gustaba el día deslumbrante
Y, a pesar del miedo,
El orgullo dominaba mi corazón:
No recuerdes los años pasados.
Así, desde hace tanto
Tu fuerza me ha bendecido,
Y ciertamente me guiará aún,
Además de rocas y torrentes,
Hasta que lo noche se acabe.

El viaje hacia Jerusalén es un camino hacia la cruz, inseparable de la resurrección y la Pascua. El discípulo, como el Maestro, debe vivir su Pascua, es decir, entrar en el misterio de la pasión y muerte del Señor. Se trata de una subida, de una ascensión, un elevar la propia existencia a la medida de la llamada y del don de Dios.
El libro termina con una bonita cita de San Agustínque resume el mensaje.
Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego cantarlo allá, estando ya seguros. Porque aquí estamos en medio de dificultades. ¿Vamos a negarlas, cuando leemos en la Escritura: Velad y orad, para no caer en la tentación? ¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos manda pedir: Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los peligros?
Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdónanos a nuestros deudores; luego añadimos, en atención, los peligros futuros: No nos dejes caer en la tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien, si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo; hermanos, aun en medio de este mal, cantemos el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.
Más adelante, cuando este cuerpo sea hecho inmortal e incorruptible, cesará toda tentación; porque el cuerpo está muerto. ¿Por qué está muerto? Por el pecado. Pero el espíritu vive. ¿Por qué? Por la justificación. Así pues, ¿quedará el cuerpo definitivamente muerto? No, ciertamente; escucha cómo continúa el texto: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales. Ahora tenemos un cuerpo meramente natural, después lo tendremos espiritual.
¡Feliz el Aleluya que allí entonaremos! Será un Aleluya seguro y sin temor, porque allí no habrá ningún enemigo, no se perderá ningún amigo. Allí, como ahora aquí, resonarán las alabanzas divinas; pero las de aquí proceden de los que están aún en dificultades, las de allá de los que ya están en seguridad; aquí de los que han de morir, allá de los que han de vivir para siempre; aquí de los que esperan, allá de los que ya poseen; aquí de los que están todavía en camino, allá de los que ya han llegado a la patria (Sermón 256).

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