Moral. El arte de vivir


 Juan Luis Lorda  pretende mostrar la moral cristiana como una ayuda para vivir mejor, sin recurrir a complejas argumentaciones. Es un libro claro y ordenado, sin complicaciones técnicas, que trata los temas de una manera sencilla: se van introduciendo los temas sin esfuerzo y se deja ver que la moral cristiana no necesita complejas argumentaciones para sostenerse o defenderse, sino que entronca perfectamente con el sentir natural del hombre. Por eso se define la moral como ‘el arte de vivir’.

El autor habla desde la perspectiva cristiana, en la cual la clave de toda conducta es el amor a Dios y al prójimo  El cristianismo tiene mucho que decir en lo que se refiere a las relaciones con el prójimo, sobre todo porque piensa que todos los hombres somos hijos de Dios.

Por eso, hay que amar a todos los hombres. Por esa misma razón, no se puede considerar a nadie como enemigo, y nunca se adquiere el derecho de maltratar o despreciar a alguien. Puede suceder que alguien se considere enemigo nuestro, pero nosotros no debemos considerar a nadie como enemigo. Así se explica que el Señor mande amar a los enemigos y hacer el bien a los que persiguen y calumnian.

Así se lee en el Evangelio de San Lucas (6, 27-38): «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian… Tratad a los hombres como os gustaría ser tratados…. Sed misericordiosos porque vuestro Padre es misericordioso. No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; absolved y seréis absueltos. Dad y se os dará: una medida buena, prieta, llena, abundante será derramada en vuestro regazo. La medida que con otros uséis, ésa se usará con vosotros».

La lógica de Dios es bastante distinta a la de los hombres. Dios quiere vencer con la fuerza del amor, no con la violencia. No se quiere vencer a los enemigos destruyéndolos, sino amándolos. Se espera que así se den cuenta de su error, aun sabiendo que algunos no se darán cuenta nunca…

San Juan de la Cruz escribió: pon amor donde no hay amor y sacarás amor. Es el modo de hacer de Dios. «Él nos amó primero» –dice San Juan–. Cuando el cristiano intenta amar a los enemigos imita ese amor de Dios. No ama sólo a los hombres que le hacen bien, sino a todos los hombres, porque quiere que sean buenos. Esto puede parecer una locura y, ciertamente, lo es para que el no ha penetrado en la lógica cristiana.

Al que no ha penetrado en esta lógica, le parece que con este sistema todo saldrá mal, que en el mundo no se puede ser ingenuo, que si uno se descuida un poco, enseguida abusan de él. Y es verdad. Pero le falta considerar una cosa. Si todos pensamos así y obramos así, el mundo seguirá siendo egoísta para siempre. Hay que cambiar de lógica. Naturalmente, esto puede suponer a veces perder algo. Es natural: una cosa tan importante no se puede lograr sin que cueste un poco, incluso mucho.

Amar con el amor de Dios
Hay que ver en el prójimo a un hijo de Dios; lo es aunque alguna vez no lo parezca. Y aprender a amar con el amor de Dios. Es lo que Cristo pidió a sus discípulos cuando se estaba despidiendo de ellos: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros. Como yo os he amado, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor entre vosotros» (Jn13, 34-35). El cristiano tiene que aprender a amar a su prójimo con el amor de Cristo, que es el amor de Dios.
En la religión cristiana no se puede separar el amor a Dios del amor al prójimo. San Juan lo explica con mucha claridad en su primera carta: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» (1 Jn 4, 8); y agrega un poco más adelante: «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él… Si alguno dice “amo a Dios” pero aborrece a su hermano es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: que quien ama a Dios, ame también a su hermano» (1 Jn 4, 16-21).

Amar con el amor de Dios quiere decir amar también con el amor que Dios nos da porque el hombre sin la ayuda de Dios sería incapaz de amar así. Por eso, es necesario pedir humildemente ese amor: pedirle a Dios su amor, para amar con el amor de Dios. Esto no se cree hasta que no se experimenta. Pero la Iglesia tiene una experiencia muy rica de lo que es el amor a Dios y el amor al prójimo.

El amor al prójimo
Durante siglos, a lo largo de toda la historia, ese amor al prójimo ha sido signo distintivo de los verdaderos cristianos. Es verdad que ha habido muchos cristianos en la historia que no se han comportado como tales. Eso no puede extrañar a nadie. Basta darse cuenta de que hoy también sucede; también hoy muchos que se llaman cristianos, y muchos más que han sido bautizados, no viven como cristianos porque no saben o no quieren. Lo que sucede hoy ha sucedido siempre.

Pero también es cierto que la historia está surcada por un rastro innegable de luz: ¡cuántos hombres han sacrificado sus vidas, oscuramente, sin ningún brillo, por amor al prójimo! ¡Cuántos millones de religiosos y religiosas, por ejemplo, han gastado sus vidas atendiendo enfermos, ocupándose de niños abandonados, recogiendo a los más miserables que nadie quería! ¡Cuántos millones de cristianos corrientes han sabido sacrificarse, por amor, en el seno de una familia, atendiendo enfermos ancianos, niños, soportando a veces condiciones humanas durísimas! ¡Cuánto heroísmo se descubre cuando se penetra un poco en las almas de tantas personas normales que están cerca de Dios! Entonces se aprecia que es cierto que sobre la tierra hay muchos que aman con el amor de Dios. Esto sólo se comprueba por experiencia personal, y es un testimonio patente de la bondad del cristianismo: basta acercarse para comprobarlo. Y quien se acerque más todavía, podrá llegar a vivirlo, que es el único modo de darse cuenta del alcance real que tiene este modo divino de vivir sobre la tierra.

Imagen de Dios
El cristiano que conoce bien su fe, sabe que encuentra a Dios en cada hombre, porque cada hombre es imagen de Dios y especialmente lo encuentra en los más necesitados. Hay un texto asombroso de los Evangelios donde el Señor, con un lenguaje más o menos figurado, explica cómo va a ser el Juicio Final; es decir, con qué criterios van a ser juzgados los hombres. Si no conocemos bien la moral cristiana, quizá nos quedaremos asombrados. La escena se desarrolla así según San Mateo: «Serán congregados todos los pueblos. Él (Cristo) separará unos de otros como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá a las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y vinisteis a verme”…».

Si nos fijamos un momento advertiremos que éstas son precisamente las obras de misericordia que hemos mencionado en este capítulo, al hablar de los bienes y males del prójimo. Pero las palabras del Señor parecen sorprender a los justos que le oyen, pues el texto evangélico sigue así: «Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero y te acogimos; o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?”».

Se quedan desconcertados porque no recuerdan que hayan hecho nada de esto con el Señor. Pero el Señor sigue de este modo tan impresionante: «El Rey les dirá: “en verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”» (Mt 25, 32-40). 



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