La sal de la tierra


Hace ya más de veinte años, ell Papa Benedicto XVI, siendo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, afrontó en este libro-entrevista los principales problemas del cristianismo y de la Iglesia católica. A través de estas páginas el lector puede entrar a fondo en la vida, la actuación y el pensamiento de Joseph Ratzinger: su infancia, aficiones y familia; su vocación sacerdotal y actividad teológica; su intervención en el Concilio Vaticano II, su trabajo como arzobispo de Munich y, luego, al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

El libro no ha perdido interés con el paso de los años. Joseph Ratzinger se nos muestra como un pensador de altura que ha profundizado en los grandes temas de nuestro tiempo y aborda las cuestiones más candentes sobre teología de la liberación, bioética, celibato sacerdotal, disidencia, la situación de la Iglesia en diversos países y sus relaciones con otras religiones.

El Cardenal responde con franqueza y serenidad desde la fe cristiana y desde su experiencia, sin rehuir ninguna pregunta por dolorosa o incómoda que resulte. Este libro no sólo ofrece una información extraordinaria, sino que, sobre todo, invita a quien lo lee a plantearse cuestiones decisivas porque, verdaderamente, se trata de un libro provocador y apasionante. El periodista alemán Peter Seewald  consiguió unas declaraciones impresionantes, por su extensión y profundidad, sobre multitud de cuestiones que importan a todo el mundo.

Joseph Ratzinger:  “A lo largo de mi trayectoria intelectual me fui dando cuenta de lo siguiente: viendo todas nuestras limitaciones, ¿no será una arrogancia por nuestra parte decir que conocemos la verdad? Y, lógicamente, después me planteaba si no sería conveniente suprimir esa categoría. Tratando de resolver esta cuestión, llegué a comprender y a percibir con claridad que renunciar a la verdad no sólo no solucionaba nada, sino que además se corría el peligro de acabar en una dictadura de la voluntad. Porque lo que queda después de suprimir la verdad sólo es simple decisión nuestra y, por tanto, arbitrario. Si el hombre no reconoce la verdad, se degrada; si las cosas sólo son resultado de una decisión, particular o colectiva, el hombre se envilece”.

“De este modo comprendí la importancia que tenía que el concepto de verdad –con las obligaciones y exigencias que, indudablemente, conlleva– no desapareciera y fuera para nosotros una de las categorías más importantes. La verdad tiene que ser como un requisito que no nos otorga derechos, sino que –por el contrario– requiere humildad y obediencia, y, además, nos conduce a un camino colectivo”.
- Cardenal Ratzinger, muchos se plantean serias dudas y se cuestionan, después de todo esto, la eficacia de Dios y la de los hombres sobre el mundo. ¿El mundo está de verdad redimido? Estos años después de Cristo, ¿pueden llamarse, de verdad, de salvación? 

Sus palabras constituyen un cúmulo de observaciones y preguntas, pero la pregunta fundamental del conjunto sería ésta: ¿el cristianismo ha traído la salvación, ha traído la Redención, o todo ha sido en vano? ¿No será que el cristianismo ha perdido toda su fuerza? 
Creo que habría que empezar diciendo que la salvación, la salvación que procede de Dios, no es algo cuantitativo ni puede añadirse a otros sumandos. Los conocimientos técnicos que tiene la humanidad tal vez puedan detenerse ocasionalmente, pero siempre van en la línea de un continuo avance. El ámbito cuantitativo es medible, puede concretarse en mayor o menor medida. Pero cuando el hombre da un paso adelante en el bien, no se puede cuantificar, porque cada vez es un nuevo hombre y, por tanto, con cada nuevo hombre empieza en cierto sentido otra nueva historia.

Es importante resaltar esa distinción. La bondad del hombre, vamos a expresarle así, no es cuantificable. De ahí que no se pueda deducir que el cristianismo, que en el año cero comenzó siendo como un grano de mostaza, deba acabar siendo un erguido y robusto árbol, y que todo el mundo pueda contemplar cómo ha ido mejorando de siglo en siglo. Es un árbol que puede derribarse y cortarse; porque la Redención ha sido confiada a la libertad del hombre, y Dios nunca privará al hombre de su libertad.

- Pier Paolo Pasolini vio una oportunidad para la Iglesia que consistía en pasarse al papel de radical oposición. En el verano de 1977, escribió una carta al Papa Pablo VI en la que le decía: "En el marco de una perspectiva radical, o tal vez utópica, o de un período que termina, ahora se puede ver con claridad lo que la Iglesia debería hacer para escapar a un final vergonzoso. La Iglesia debería pasarse a la oposición. Podría concentrar sus fuerzas para luchar -dicho sea de paso, puede volver la vista atrás a una larga tradición de luchas del papado contra el imperio secular- ahora contra un nuevo imperio, el del consumismo que no quiere someterse a ella. Ante semejante insubordinación , la Iglesia podría convertirse en nuevo símbolo de oposición y de rebelión, y volver así a su primitivo origen".
Joseph Ratzinger: Hay mucho de verdadero en eso. El anacronismo de la Iglesia, que, por una parte, significa debilidad -se la empuja para que se aparte-, también puede ser su fortaleza. Los hombres tal vez piensen que, para luchar contra ideologías tan banales como las que ahora predominan en el mundo, necesitamos la sólida oposición de una Iglesia moderna, cuando la Iglesia más bien parece ser antimoderna y oponerse a todo lo que se dice. La Iglesia necesita ejercer un papel de oposición profético, que debería tener el coraje de representar.


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