El mensaje de las bienaventuranzas


 En cierta ocasión el autor de esta obra tuvo que escuchar esta objeción:
“¿Has intentado alguna vez gritar en  una  chabola: ‘Dichosos los pobres...’  Yo  no puedo soportar  oír las bienaventuranzas proclamadas de cualquier manera y en  cualquier momento de nuestras  celebraciones. 
Los cristianos que las cantan, con bastante inconsciencia, con admirables melodías ortodoxas,  ¿se  dan  realmente cuenta de lo que dicen? Las bienaventuranzas son  un  grito revolucionario. Y las han convertido en un  medio de mantener bien protegido un  orden social injusto…”

Movido, en parte por ello, Jacques Dupont escribió este minucioso y sugerente trabajo que bien merece una lectura reposada.
Las bienaventuranzas son el corazón mismo del mensaje cristiano, pero, a veces, se les ha espiritualizando demasiado o utilizando para mantener un orden social injusto, a pesar de que son un grito revolucionario. Para el autor son una proclamación de felicidad, declara dichosas a las personas referidas en relación al futuro, por eso la religión de las bienaventuranzas es una religión de esperanza.
¡Dichosos…! He aquí lo que ha sido considerado desde siempre, desde hace más de dos mil años, como el resumen de todo el Evangelio, las bienaventuranzas, la buena noticia, un anuncio de felicidad.
Pero, ¿de qué felicidad se trata? ¿y para cuándo? ¿para la vida presente o para el “más allá”?
La bienaventuranza es una fórmula de felicitación de la que encontramos muchos ejemplos en el Evangelio: “Dichosa tú que has creído” (Lc 1), “¡Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron!” (Lc 11) “Dichosos los que escuchan el mensaje de Dios y lo cumplen” (Lc 11), “dichosos vosotros si entendéis estas cosas y las ponéis en práctica” (Jn 13), etc. No se trata tanto de un deseo o de una promesa, se constata la felicidad y se proclama la felicidad de hecho. Los destinatarios son ya felices en el momento en el que se les felicita.
Las bienaventuranzas con que se abre el Sermón de la montaña hablan de personas que actualmente son dichosas o, en todo caso, que lo serán en el momento en que vayan a padecer malos tratos. Quizá no se dan cuenta de ello y tendrán que tomar conciencia de su dicha, pero la verdad es que son dichosas.
Las bienaventuranzas siguen interpelándonos hoy: cristianos ¿os dais cuenta de que sois felices? Y si no lo sois, las bienaventuranzas os obligan a preguntaros por qué. Jesús quiere hacer de sus Discípulos personas dichosas, no concibe otro plan.
Hay muchas maneras de entender la dicha. Para muchos está vinculada a la idea de posesión: es feliz el que posee todo lo que desea. No es así como Jesús entiende la felicidad. A otros les gustaría reducir la dicha a contentarse con lo que se tiene, pero no es esa la perspectiva de la bienaventuranzas, que van dirigidas a personas insatisfechas. La dicha de las bienaventuranzas no excluye el sufrimiento. Hemos de revisar nuestro concepto de felicidad, que debe basarse en tener un proyecto personal que valga la pena.


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