¿Por qué ha fracasado el liberalismo?

Debemos felicitar a la Ed. Rialp por publicar libros como éste. El ensayo señala los síntomas de una crisis del orden liberal, que podría cuajar en alternativas peligrosas. “El liberalismo ha fracasado... porque ha triunfado. Por eso, la solución a los males de nuestro tiempo no está en “más liberalismo”, aunque tampoco en una vuelta nostálgica al pasado. El "New York Times" o "The Economist" han puesto a Patrick Deneen en el centro de este debate porque dibuja en trazos certeros los fundamentos de la visión del hombre y de la sociedad propia de la filosofía liberal, su individualismo y su estatismo.
Hubo una filosofía política hace unos quinientos años y puesta definitivamente en marcha unos doscientos cincuenta en el nacimiento de los Estados Unidos, que apostó por una sociedad política fundada sobre bases distintas. Entendía que los seres humanos eran individuos dotados de derechos que podían elaborar y perseguir por sí mismos su propia versión de la vida buena. Las mejores oportunidades para la libertad las ofrecía un gobierno limitado y consagrado a “asegurar los derechos”, junto a un sistema económico de libre mercado que hacía sitio a la iniciativa y a la ambición individuales.
La legitimidad política estaba basada en la creencia compartida de un “contrato social” originario que incluso los recién llegados podían suscribir, ratificado continuamente mediante elecciones libres y limpias de una serie de representantes. El gobierno limitado –si bien efectivo-, el imperio de la ley, un sistema judicial independiente, administradores públicos responsables, etc. constituían algunos de los sellos distintivos de este orden en auge, que según todas las evidencias era una opción extraordinariamente exitosa.
Hoy, alrededor del setenta por ciento de los norteamericanos piensa que su país se está moviendo en la dirección equivocada, y la mitad del país piensa que sus mejores días ya han pasado. La mayoría cree que sus hijos gozarán de menos prosperidad y tendrán menos oportunidades que las generaciones que les precedieron. Todas y cada una de las instituciones del gobierno ven como descienden los niveles de confianza pública según los expresa la ciudadanía, y el profundo cinismo existente en torno a la política se refleja en una creciente hostilidad, desde todo el espectro político, hacia las élites económicas y políticas (…).
Casi todas las promesas que hicieron los arquitectos y creadores del liberalismo se han hecho añicos. El Estado liberal se expande para controlar casi cada aspecto de la vida, mientras los ciudadanos ven el gobierno como un poder distante e incontrolable, un poder que además se muestra impotente frente al implacable avance de la “globalización”. Los únicos derechos que parecen asegurados son los que corresponden a quienes poseen los suficientes recursos económicos para protegerlos. 
El liberalismo, por encima de todo, plantea un nuevo modo de entender la libertad. En el mundo clásico la de definición dominante de libertad implicaba el requisito indispensable el autogobierno. Esta concepción de la libertad estaba basada en una relación recíproca entre el autogobierno de los individuos a través de la virtud, y el autogobierno de la "polis" en el que la aspiración era la consecución del bien común. Uno de los mayores desafíos de los pensadores antiguos era dar con el modo de comenzar este círculo virtuoso y acabar con la tentación del vicio.

La libertad desde este prisma, no consistía en hacer lo que uno quiere, sino en escoger el camino correcto y virtuoso. Ser libre, después de todo, era ser libre de la esclavitud de los propios deseos perversos.

El rasgo definitorio del pensamiento moderno, fue el rechazo de esta definición de libertad en favor de una que hoy nos resulta más familiar. La libertad, tal y como la definieron quienes originaron el liberalismo moderno, era la condición en la que los humanos eran completamente
 libres para perseguir sus deseos. Tal condición, glamurosamente disfrazada de "condición natural". Todo lo que se ponía oponía a esta libertad pura era etiquetado como coacción.

Los antiguos órdenes políticos, consagrados a inculcar la virtud y el bien común, fueron tachados muy pronto por Maquiavelo de "repúblicas y principados imaginarios", que trataban con el deber ser del ser humano antes y con su verdadera naturaleza.

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