Autorretrato con radiador

 'Autorretrato con radiador' de Christian Bobin, es un libro singular, un libro que he leído poco a poco, saboreándolo a pequeños tragos. 
“No sé qué es 'Autorretrato con radiador',dice Andrés Newmandesde luego no es una novela, tampoco son relatos, tiene forma de diario, quizá sea un ensayo, aunque yo diría que está hecho de temblorosa poesía. Una voz va anotando observaciones diarias sobre el matiz de los objetos con los que convive, lo que le despierta la visión de un semejante o el momento de las flores que se inclinan junto a la ventana. Y con estos materiales, minúsculos como un vaso e infinitos como el agua que contiene, Christian Bobin levanta un mundo, una filosofía entre humilde y sagrada: una mística de andar por casa. Su tema es el acontecimiento de estar vivos. La frágil búsqueda de la alegría. 

El libro e una invitación a la lectura y a la contemplación: “Lo que un libro transmite es la presencia del autor, una vibración que puede ser semejante a la de un gran árbol o un fuego, uno no se preocupa de tomar notas. Se aprende en silencio y poco a poco –pues la lección es larga y el maestro paciente- a convertirse en un gran árbol –o al menos en una hoja-, o a convertirse en fuego –o al menos en una chispa-“.

Nos muestra la grandeza de un alma delicada y sensible: “Ayer releí algunas de tus cartas. Las cosas escritas a mano son como las voces: dicen una cosa distinta de las palabras que transportan. Y a veces contradicen esas palabras. Las variaciones del alma quedan grabadas por la mano en el papel, como los temblores de tierra imperceptibles se hacen visibles en el papel milimetrado por el movimiento de las agujas. Tu letra se te parece, acogedora, tranquila, inmediatamente entregada: he sentido placer al ver tu alma”.

Y también sorprende su visión cristiana de la vida: “En todos sitios hallo mi bien, no hay ni un solo encuentro que no me beneficie infinitamente, con la única condición de no sentirme en nada superior a quien está frente a mí, aunque sea imbécil o bárbaro. No es que quiera a todo el mundo. Es lo contrario, quiero a “cada uno”, con un amor con frecuencia rudo y guerrero por necesidad”. Llegando en ocasiones a tomar un tono de plegaria: “Señor, no eres Tú el que faltas, somos nosotros que nos hacemos ausentes. Una vez más perdónanos. Sólo será un millar de veces. Cada uno dispone de toda su vida para vislumbrarte. Una vida, incluso breve, es mucho más de lo que necesita (...) Señor, ten paciencia, perdona, espera…”




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