Crimen y castigo


Raskolnikof es un estudiante de Derecho, pobre y orgulloso, con aspiraciones de grandeza. Tiene una curiosa obsesión: realizar un experimento que demuestre que la conciencia no es innata en el hombre, sino un sofisticado producto cultural, transmitido por la educación, la tradición y las leyes. Para ello se traza un proyecto: planea fríamente el asesinato de una vieja usurera, y lo lleva a cabo. Él mismo dirá que “no era un ser humano lo que destruía, sino un principio”. Pero surgen complicaciones que le llevan a matar también a la hermana de la usurera y a levantar ciertas sospechas. Después del doble asesinato, el criminal asegura no tener remordimientos y haber vencido a la conciencia. 
«¿Mi crimen? ¿Qué crimen? ¿Es un crimen matar a un parásito vil y nocivo? No puedo concebir que sea más glorioso bombardear una ciudad sitiada que matar a hachazos. Ahora comprendo menos que nunca que pueda llamarse crimen a mi acción. Tengo la conciencia tranquila.»

Raskolnikof quiere ser como Napoleón, a quien admira porque “todo le está permitido”. Pero lo cierto es que la vida de Raskolnikof se va tornando desequilibrada y acaba en la cárcel. Y mientras cumple condena en Siberia, tendrá una pesadilla imborrable: sueña que el mundo es azotado por una peste rarísima; unos microbios transmiten la extraña locura de hacer creer al contagiado que se halla en posesión absoluta de la verdad. Con ello surgen discusiones interminables, pues nadie considera que debe ceder, y se hacen imposibles las relaciones familiares y sociales: el mundo se convierte en un insoportable manicomio.
En dicho sueño, los hombres afectados aparecen como auténticos locos, pues sus juicios son absolutamente subjetivos e inamovibles, y no responden a la realidad de las cosas.

Así descubre Raskolnikof que su obsesión por justificar el crimen es parecida a la conducta de los locos soñados. Y así nos dice Dostoievski, con una finura insuperable, que más allá de la moral y de la conciencia sólo se encuentra el abismo de la locura.

La intervención de Sonia, personaje de profunda dulzura y totalmente providencial para el protagonista, hará que todo cambie. Sonia ha tenido que dedicarse a la prostitución para sacar adelante a su familia, pues su padre es alcohólico, pero mantiene intacta su conciencia del bien y del mal. Cuando Raskolnikof, enamorado de ella le confiesa su crimen y trata de justificarlo, ella le responde con una sencillez aplastante: “Después de todo, Sonia, sólo he matado a un piojo, un asqueroso piojo… Este piojo era un ser humano”.

La resurrección de Lázaro

Resulta conmovedora la escena en la que Raskolnikof le pide a Sonia que le lea el evangelio. Lee el pasaje de la resurrección de Lázaro que recoge el capítulo 11 del Evangelio según San Juan :
« ...Y gran número de judíos habían acudido a ver a Marta y a María para consolarlas de la muerte de su hermano. Habiéndose enterado de la llegada de Jesús, Marta fue a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Marta dijo a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto; pero ahora yo sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará...»

Al llegar a este punto, Sonia se detuvo para sobreponerse a la emoción que amenazaba ahogar su voz.

«Jesús le dijo: tu hermano resucitará. Marta le respondió: Yo sé que resucitará el día de la resurrección de los muertos. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, si está muerto, resucitará, y todo el que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? Y ella dice...»
Sonia tomó aliento penosamente y leyó con energía, como si fuera ella la que hacía públicamente su profesión de fe:
«... Sí, Señor; yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo...»

Sonia se detuvo, levantó momentáneamente los ojos hacia Raskolnikof y después continuó la lectura. El joven, acodado en la mesa, escuchaba sin moverse y sin mirar a Sonia. La lectora llegó al versículo 32.
« ...Cuando María llegó al lugar donde estaba Cristo y lo vio, cayó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Y cuando Jesús vio que lloraba y que los judíos que iban con ella lloraban igualmente, se entristeció, se conmovió su espíritu y dijo: ¿Dónde lo pusisteis? Le respondieron: Señor, ven y mira. Entonces Jesús lloró y dijeron los judíos: Ved cómo le amaba. Y algunos de ellos dijeron: El que abrió los ojos al ciego, ¿no podía hacer que este hombre no muriera?...»

Raskolnikof se volvió hacia Sonia y la miró con emoción. Sí, era lo que él había sospechado. La joven temblaba febrilmente, como él había previsto. Se acercaba al momento del milagro y un sentimiento de triunfo se había apoderado de ella. Su voz había cobrado una sonoridad metálica y una firmeza nacida de aquella alegría y de aquella sensación de triunfo. Las líneas se entremezclaban ante sus velados ojos, pero ella podía seguir leyendo porque se dejaba llevar de su corazón. Al leer el último versículo « El que abrió los ojos al ciego...» , Sonia bajó la voz para expresar con apasionado acento la duda, la reprobación y los reproches de aquellos ciegos judíos que un momento después iban a caer de rodillas, como fulminados por el rayo, y a creer, mientras prorrumpían en sollozos... Y él, él que tampoco creía, él que también estaba ciego, comprendería y creería igualmente... Y esto iba a suceder muy pronto, en seguida... Así soñaba Sonia, y temblaba en la gozosa espera.
« ...Jesús, lleno de una profunda tristeza, fue a la tumba. Era una cueva tapada con una piedra. Jesús dijo: Levantad la piedra. Marta, la hermana del difunto, le respondió: Señor, ya huele mal, pues hace cuatro días que está en la tumba... »
Sonia pronunció con fuerza la palabra «cuatro».

«... Jesús le dijo entonces: ¿No te he dicho que si tienes fe verás la gloria de Dios? Entonces quitaron la piedra de la cueva donde reposaba el muerto. Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: Padre mío, te doy gracias por haberme escuchado. Yo sabía que Tú me escuchas siempre y sólo he hablado para que los que están a mi alrededor crean que eres Tú quien me ha enviado a la tierra. Habiendo dicho estas palabras, clamó con voz sonora: ¡Lázaro, sal! Y el muerto salió... Sonia leyó estas palabras con voz clara y triunfante, y temblaba como si acabara de ver el milagro con sus propios ojos ... vendados los pies y las manos con cintas mortuorias y el rostro envuelto en un sudario. Jesús dijo: Desatadle y dejadle ir. Entonces, muchos de los judíos que habían ido a casa de María y que habían visto el milagro de Jesús creyeron en él.»

Ya no pudo seguir leyendo. Cerró el libro y se levantó.

No hay nada más sobre la resurrección de Lázaro.
Dijo esto gravemente y en voz baja. Luego se separó de la mesa y se detuvo. Permanecía inmóvil y no se atrevía a mirar a Raskolnikof. Seguía temblando febrilmente. El cabo de la vela estaba a punto de consumirse en el torcido candelero y expandía una luz mortecina por aquella mísera habitación donde un asesino y una prostituta se habían unido para leer el Libro Eterno.


El experimento de Raskolnikof ha ido mucho más lejos de lo previsto. Ha dejado entrever que el hombre es dueño de sus actos, pero no de la moralidad de los mismos. Y que hay actos que hacen al que los realiza más persona o menos persona, puesto que perfeccionan o perjudican intrínsecamente. Y que los efectos de dichos actos no son arbitrarios, no dependen del mero querer subjetivo, sino de lo que la persona objetivamente es. 

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