Mero cristianismo

C.S. Lewis fue profesor de Literatura en Oxford y Cambridge durante más de treinta años, pero es más conocido es por su amplia labor de divulgación y apologética cristiana, llegando a ser un autor de reconocida fama mundial en el siglo XX. De hecho se han llevado al cine varias de sus obras. Una de las primeras que suelo recomendar es “Mero cristianismo”. En ella se centra en los aspectos doctrinales fundamentales del cristianismo por encima de diferencias confesionales. De hecho Lewis era anglicano. Muchos de estos temas son de gran actualidad, como por ejemplo el fundamento de la moral en la ley natural:
Muchas veces hemos presenciado discusiones. Discutir significa intentar demostrar que el otro hombre está equivocado. Y no tendría sentido intentar hacer eso a menos que tú y él tuvierais un determinado acuerdo en cuanto a lo que está bien y lo que está mal, del mismo modo que no tendría sentido decir que un jugador de fútbol ha cometido una falta a menos que hubiera un determinado acuerdo sobre las reglas de fútbol. Esta ley o regla sobre lo que está bien o lo que está mal solía llamarse la ley natural. 
Hoy en día, cuando hablamos de las «leyes de la naturaleza», solemos referirnos a cosas como la ley de la gravedad o las leyes de la herencia o las leyes de la química. Pero cuando los antiguos pensadores llamaban a la ley de lo que está bien y lo que está mal «la ley de la naturaleza» se referían en realidad a la ley de la naturaleza humana. La idea era que, del mismo modo que todos los cuerpos están gobernados por la ley de la gravedad y los organismos por las leyes biológicas, la criatura llamada hombre también tenía su ley… con esta gran diferencia: que un cuerpo no puede elegir si obedece o no a la ley de la gravedad, pero un hombre puede elegir obedecer a la ley de la naturaleza o desobedecerla. Podemos decirlo de otra manera. Todo hombre se encuentra en todo momento sujeto a varios conjuntos de leyes, pero sólo hay una que es libre de desobedecer. 
Como cuerpo está sujeto a la ley de la gravedad y no puede desobedecerla; si se lo deja sin apoyo en el aire no tiene más elección sobre su caída de la que tiene una piedra. Como organismo, está sujeto a varias leyes biológicas que no puede desobedecer, como tampoco puede desobedecerlas un animal. Es decir, que no puede desobedecer aquellas leyes que comparte con otras cosas, pero la ley que es peculiar a su naturaleza humana, la ley que no comparte con animales o vegetales o cosas inorgánicas es la que puede desobedecer si así lo quiere. Esta ley fue llamada la ley de la naturaleza humana porque la gente pensaba que todo el mundo la conocía por naturaleza y no necesitaba que se le enseñase. 
No querían decir, por supuesto, que no podía encontrarse un raro individuo aquí y allá que no la conociera, del mismo modo que uno se encuentra con personas daltónicas o que no tienen oído para la música. Pero tomando la raza como un todo, pensaban que la idea humana de un comportamiento decente era evidente para todo el mundo. Y yo creo que tenían razón. Si no la tuvieran, todas las cosas que dijimos sobre la guerra no tendrían sentido. ¿Qué sentido tendría decir que el enemigo estaba haciendo mal a menos que el bien sea una cosa real que los nazis en el fondo conocían tan bien como nosotros y debieron haber practicado? Si no tenían noción de lo que nosotros conocemos como bien, entonces, aunque hubiéramos tenido que luchar contra ellos, no podríamos haberles culpado más de lo que podríamos culparles por el color de su pelo. 
Sé que algunos dicen que la idea de la ley de la naturaleza o del comportamiento decente conocida por todos los hombres no se sostiene, dado que las diferentes civilizaciones y épocas han tenido pautas morales diferentes. Pero esto no es verdad. Ha habido diferencias entre sus pautas morales, pero éstas no han llegado a ser tantas que constituyan una diferencia total. Si alguien se toma el trabajo de comparar las enseñanzas morales de, digamos, los antiguos egipcios, babilonios, hindúes, chinos, griegos o romanos, lo que realmente le llamará la atención es lo parecidas que son entre sí y a las nuestras. He recopilado algunas pruebas de esto en el apéndice de otro libro llamado “La abolición del hombre”, pero para nuestro presente propósito sólo necesito preguntar al lector qué significaría una moralidad totalmente diferente. Piénsese en un país en el que la gente fuese admirada por huir en la batalla, o en el que un hombre se sintiera orgulloso de traicionar a toda la gente que ha sido más bondadosa con él. Lo mismo daría imaginar un país en el que dos y dos sumaran cinco. 
Los hombres han disentido en cuanto a sobre quiénes ha de recaer nuestra generosidad —la propia familia, o los compatriotas, o todo el mundo—. Pero siempre han estado de acuerdo en que no debería ser uno el primero. El egoísmo nunca ha sido admirado. Los hombres han disentido sobre si se deberían tener una o varias esposas. Pero siempre han estado de acuerdo en que no se debe tomar a cualquier mujer que se desee.

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