Los cantos del Siervo del Señor


Enzo Bianchi nos ofrece aquí unas meditaciones breves pero de gran calado. Leyendo los “Cantos del Siervo” meditamos en profundidad sobre la vida de Jesús, hasta el punto de que sería posible recorrer a través de ellos la narración evangélica en su conjunto. Es decir: lo que el profeta escribió a mediados del siglo VI a de C., se realizó plenamente en la existencia de Jesucristo, el Mesías crucificado “vencedor en cuanto víctima” (victor quia víctima) como dirá San Agustín.
Jesús tuvo que haber pensado su vocación más profunda a la luz de estos cantos, asumiéndolos como forma de su vida, hasta interpretar mediante ellos su propio fin inminente. De aquí que poco antes de ser arrestado, dijera a sus Discípulos: “Debe cumplirse en mí la palabra de la escritura, “fue contado entre los malhechores” (Lc 22, 37) que encontramos en el canto cuarto.
El Canto Primerolo encontramos en  Isaías 42:
1 Mirad a mi siervo, a quien sostengo, 
mi elegido, en quien se complace mi alma. 
He puesto mi Espíritu sobre él: 
llevará el derecho a las naciones. 
2 No gritará, ni levantará el tono de la voz, 
no hará oír su voz en la calle. 
3 No quebrará la caña cascada, 
ni apagará el pabilo vacilante. 
Dictará sentencia según la verdad. 
4 No desfallecerá ni se doblará 
hasta que establezca el derecho en la tierra. 
Las islas esperarán su ley. 
5 Así dice el Señor Dios, 
el que creó los cielos y los desplegó, 
el que asentó la tierra y cuanto surge en ella, 
el que da el aliento al pueblo que la habita 
y el hálito a quienes andan por ella: 
6 «Yo, el Señor, te he llamado en justicia, 
te he tomado de la mano, 
te he guardado y te he destinado 
como alianza del pueblo, 
para luz de las naciones, 
7 para abrir los ojos de los ciegos, 
para sacar de la prisión a los cautivos 
y del calabozo a los que habitan en tinieblas.

El comienzo de este canto es todo un programa de vida cristiana: “Mirad a mi siervo”. En esto consiste la vida de oración y todo el caminar del cristiano, con los ojos puestos en la meta, como dice la carta a los Hebreos (12, 1-2):
Nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.
“Mi elegido, en quien me complazco”, el siervo es elegido y amado. Existe una relación de amor entre Dios y el Siervo debido a un conocimiento profundo y recíproco y a un sentir común, hasta el punto de que Dios se alegra en él y él en Dios. Aquí aparece el don del Espíritu: el Señor ha puesto sobre él su Espíritu, que da al siervo vida, fuerza, valor y sabiduría para su misión.

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