Los cantos del Siervo del Señor

Jesús tuvo que haber pensado su vocación más profunda a la luz de estos cantos, asumiéndolos como forma de su vida, hasta interpretar mediante ellos su propio fin inminente. De aquí que poco antes de ser arrestado, dijera a sus Discípulos: “Debe cumplirse en mí la palabra de la escritura, “fue contado entre los malhechores” (Lc 22, 37) que encontramos en el canto cuarto.
El Canto Primerolo encontramos en Isaías 42:
1 Mirad a mi siervo, a quien sostengo,
mi elegido, en quien se complace mi alma.
He puesto mi Espíritu sobre él:
llevará el derecho a las naciones.
2 No gritará, ni levantará el tono de la voz,
no hará oír su voz en la calle.
3 No quebrará la caña cascada,
ni apagará el pabilo vacilante.
Dictará sentencia según la verdad.
4 No desfallecerá ni se doblará
hasta que establezca el derecho en la tierra.
Las islas esperarán su ley.
5 Así dice el Señor Dios,
el que creó los cielos y los desplegó,
el que asentó la tierra y cuanto surge en ella,
el que da el aliento al pueblo que la habita
y el hálito a quienes andan por ella:
6 «Yo, el Señor, te he llamado en justicia,
te he tomado de la mano,
te he guardado y te he destinado
como alianza del pueblo,
para luz de las naciones,
7 para abrir los ojos de los ciegos,
para sacar de la prisión a los cautivos
y del calabozo a los que habitan en tinieblas.
El comienzo de este canto es todo un programa de vida cristiana: “Mirad a mi siervo”. En esto consiste la vida de oración y todo el caminar del cristiano, con los ojos puestos en la meta, como dice la carta a los Hebreos (12, 1-2):
“Nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios”.
“Mi elegido, en quien me complazco”, el siervo es elegido y amado. Existe una relación de amor entre Dios y el Siervo debido a un conocimiento profundo y recíproco y a un sentir común, hasta el punto de que Dios se alegra en él y él en Dios. Aquí aparece el don del Espíritu: el Señor ha puesto sobre él su Espíritu, que da al siervo vida, fuerza, valor y sabiduría para su misión.
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